Un poema de Jacques Viau Renaud
Jacques Viau Renaud |
VI
Que
los hambrientos comprendan que la vida les pertenece
Que
el callado plañidor de las calles,
edifique
con lo que nunca sus manos han tocado.
Que
el viento socave al armazón del llanto.
Es
preciso que el silencio deje de secundar nuestra voz.
Que
las sombras depongan su hostil armadura ante la vida.
Precisamos
de hombres tristes para hablar del hombre,
de
mendigos trotamundos para cambatir la bota
Que
los hombres de la tierra derriben los templos,
lancen
corazones derribados a los dioses que predican
la
muerte.
Pródiga
la muerte que mata al que fecunda.
Pródigo
el cañaveral que se alza devorándonos.
Pródiga
la fiebre que nos consume,
a
pesar de las raíces y de las hojas amargas.
Se
han congregado. los plañideros para abordar el día.
Cuál
será ellugar que sus brazos ofrezcan,
Cuál
el camino que a recorrer invitan?
Qué preciado
tesoro inventar con sus mentes afiebradas
para
que yo,
sencillo
mediador de palabras
adivine
un silencio más largo que toda la sordera del
(mundo?
Tengo
miedo.
Tanto
y tanto golpeado
Tanto
y tanto caído.
Muchos
creyeron en la posibilidad de la muerte.
Otros
en la posibilidad del arribo.
Milenarias
voces fatigadas levantaban un clamor.
Toda
la genealogía de la tristeza combatía por la pureza.
Muchos
antes de nosotros empujaron la barca,
otros
después de nosotros continuarán empujándola.
No
hemos sido los primeros,
no
serenos los últimos ciertamente,
Pero
somos 10 que del hombre no ha cesado de ser.
Los
niños apretujaban su inabordable tristeza.
Sus
rostros domeñaban los corceles,
mas
la máquina arremetía
Cómo
reconquistar la vida para el hombre?
En
qué lugar del corazón dar forma a la venganza?
En
qué rincón deshabitado recomponer la alegría?
Toda
la prole de los callejones,
toda
la gente de la periferia,
toda
la adolescencia de la tierra concurría al encuentro
(con
la vida.
y
un olor a pureza machacada abundaba en el viento.
No
ha habido tregua,
toda
la prole acarició la sangre en los rostros amigos
(que
apetecían la vida.
Crecieron
de pronto los niños de la patria.
Sus
miradas se han hecho inexpresivas,
parecen
continuamente azorados o ciegos.
Han
comenzado a ver y a oir y a sentir,
ya
saben que hay abundancia de dones,
que
hay estrellas a la altura de sus cabecitas para guiar al
(hombre,
que
hay techos de dureza, manos, hombres y mujeres
(y aun
niños de dureza.
Han
crecido ya los últimos testigos de estos días
y la tierra
tarda en prodigarse.
Las
niñas también han crecido.
El
sexo las acosa con fiebres,
sus
vientres acumularon ventarrones.
Ahora
hay collares en sus cuellos
y en
sus ojos noche,
temblores
en sus senos
y
en sus ovarios muerte.
Volvió
el hombre a su morada
con
la antigua sensación de muerte en los labios.
Nada
ha permanecido tanto como el llanto.
Hemos
sido testigos del esfuerzo de unos brazos,
del
hombre que mordiera el pavimento gritando la
(palabra
redentora.
*De
su libro Permanencia
del Llanto.
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