Recordando a Papá
Por: Judith
Canales
RECUERDOS DE MI PADRE
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Periodista Isaac Salazar León |
Mi
padre, hombre apuesto, culto e inteligente y bondadoso entre otras de
sus muchas cualidades, era también un hombre alegre y galante que
había tenido varias enamoradas en su juventud, algunas de las cuales
parecían guardar aún las esperanzas de reavivar el fuego de algún
ardiente verano. Sin embargo, aunque coqueto en forma natural, él
amaba profundamente a Gracielita. Pienso que, más que todo, al ser
él muy romántico (como buen amante de la literatura universal desde
su temprana juventud) y por sus naturales dotes para la oratoria, se
convertía en un blanco apetecible, en un reto para la vanidad de las
mujeres, muchas de las cuales eran muy descaradas en sus insinuantes
coqueteos y "trampitas" para desestabilizar la unión de mis
padres. Afortunadamente, mi madre era muy inteligente y segura de sí
misma, sin contar con el hecho de su madurez debida a las duras
experiencias que le habían tocado vivir. Por eso nunca rebajó su
dignidad como para darse por enterada de todas las argucias que
utilizaban dichas féminas.
Como
todo ser humano, papá también tenía sus defectos sin que ellos
mellaran su grandeza. Por ejemplo, una parte de su carácter era el
ser muy renegón (de joven, según su misma confesión, había sido
iracundo) cuando se enfadaba por algo, especialmente con sus hijas,
pues podía pasar varias horas hablando del tema y remarcando
constantemente cómo deberíamos de corregir los errores o las faltas
cometidas; estoy convencida de que jamás pensó en dañarnos y que
solamente lo hacía para asegurarse de que estábamos conscientes de
por qué no deberíamos repetir esas fallas; lo mismo hizo con mis
hijos y yo le doy gracias a la vida porque ellos también pudieron
disfrutar su amor y sus enseñanzas mientras Alberto y yo
trabajábamos. Pero, lo que jamás olvidamos mis hermanas y yo, es
que papá jamás nos castigó físicamente pues pensaba que ningún
ser humano debería ser sometido a esa humillación.
Otra
dificultad que Isaac tenía era la de no poder controlar el tiempo
cuando daba respuesta a alguna pregunta de los jóvenes estudiantes
del barrio o de la universidad, sobre la Historia del Perú, la
Historia Universal, la Geografía, etc. (para esta última, tiza en
mano sobre la vereda del frente de nuestra casa, él dibujaba de
memoria los mapas de cualquier país, tal como eran antes o después
de la Segunda Guerra Mundial) o cualquier otro tema afín.
Era tanto el caudal de sus conocimientos y su generosidad, que
deseaba transmitir todo lo que sabía en una sola respuesta. Con sus
alumnos universitarios no tenía problema pues ellos siempre querían
escuchar más y más, pero los estudiantes más jóvenes se aburrían
un poco porque preferían ir a jugar antes que escuchar una larga
clase. Cosas de la niñez y de la temprana juventud de las cuales,
luego, nos arrepentimos tanto.
Desde
que empecé con las primeras señales de estar comenzando a
convertirme en mujer, papá Isaac, con mucha delicadeza,
conversaba conmigo sobre temas de educación sexual y sentimental.
Mis amigas, en cuyos hogares estas dos cosas eran temas tabú, me
pidieron que le dijera si podía conversar también con ellas. En la
sala de mi casa formábamos un grupo de cinco a seis miembros y cada
quien hacía sus propias preguntas o exponía sus problemas
sentimentales (tres de mis amigas eran dos años mayores que mi amiga y yo), y él en forma didáctica y amena absolvía todas nuestras
inquietudes. De aquella época vienen a mi recuerdo los dichos que
solía repetirnos para cuando alguno de los “carachosos” de los
que estuviéramos enamoradas nos hiciera sufrir.
Que
el carachoso se sentía muy artista y tenía otra enamorada a
la par que a una de nosotras, pues, problema suyo, nosotras teníamos
tales y cuales virtudes como para no sufrir por alguien que no valía
moralmente porque no era una persona honesta y ésta era una cualidad
que jamás podíamos pasar por alto. Frente erguida, siempre había
que hacer carne en nosotras que no habíamos perdido nada, sino, por
el contrario, nos habíamos librado de una persona desleal: Toda
una vida para querer, sólo un minuto para olvidar. Y recuerden
que siempre tomada la decisión, a espaldas vueltas, memorias
muertas.
Ya
un poco mayores, mis amigas continuaban llegando a casa para
conversar con él. Las tertulias eran amenas y sazonadas con
anécdotas, bromas y galletas con té, y algunos de los sabrosísimos
dulces que preparaba mi madre.
Si
desean un matrimonio duradero y feliz, al margen de los naturales
problemas y sinsabores que alguna vez ha de presentarles la vida,
deberían practicar la regla de las tres «OR»: Olor, Color y
Sabor.
Si
no trabajaran fuera de casa, procuren realizar sus tareas,
especialmente el cocinar, muchísimo antes de la llegada de sus
esposos, ¿por qué?, para que tengan tiempo de bañarse, arreglarse,
abrir las ventanas para
que
desaparezca el olor de los aderezos y compartir la mesa con sus
familias como si fueran las Secretarias de la oficina de sus esposos.
Creo que les haría mucho bien. Por lo menos, es lo que me ocurre a
mí con mi Gracielita
Se
han dado cuenta que muchas mujeres se ven ojerosas, desaliñadas,
caminando como enfermas cuando les llega el día de su regla como
si se tratara de un día fatal Bueno, ése día es como cualquier
otro, parte de la feminidad que les corresponde…No es una
enfermedad entonces, se bañan; si se ven pálidas se ponen un poco
de rubor, pintan sus labios y continúan su vida con normalidad
Recuerden
que no existe nada que no venga de Dios para nuestro bien, somos los
seres humanos los que hacemos mal uso de lo que el Señor ha puesto a
nuestro alcance, los que vamos, poco a poco, destruyendo lo que nos
fue dado por amor. Disfruten su feminidad. Estudien mucho para
que se hagan más fuertes, más independientes, para que ningún
«carachoso» se sienta con derecho a humillarlas y/o maltratarlas. Pónganle siempre color a su existencia, no permitan que nadie pinte
sus vidas de gris Sabor,
sabor, todo en la vida tiene sabor Evitemos los agrios, los
insípidos, los muy azucarados, etc.
Se
le pone sabor a la vida con una sonrisa coqueta, una pícara mirada,
una conversación sazonada con variados condimento amando con olor, color y sabor a tu pareja pero, especialmente, amándote a
ti misma con estos tres ingredientes.
Finalmente,
una anécdota que recuerdo muy vívida mente fue la ocurrida a
comienzos del año 1963 cuando mi mami, acomodando mis cosas,
descubrió unas cartas que mi enamorado y yo solíamos intercambiar a
diario; me gané una tunda de padre y señor mío adicional a la
vergüenza de ver mi intimidad al descubierto. Cuando papá volvió
del trabajo y se enteró de lo ocurrido se molestó y le reprochó a
mamá por haber violado mi privacidad y haberme castigado tan fuerte;
tiró el famoso chicote “San Martín” al techo y me dijo que no
me preocupara porque era la última vez que sucedía aquello. Yo,
pese a conocer sus ideas de avanzada, tan diferentes a la de la
inmensa mayoría de los adultos de aquella época en Huacho, me
impresioné y me sentí muy agradecida con él.
Este
proceder suyo, no hizo más que afianzar mi respeto y mi confianza,
sellando con más fuertes lazos mi amor hacia él.
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