“ISÓSCELES”

RAÚL GÁLVEZ CUÉLLAR

Rindo homenaje a la extraordinaria Profesora italiana que tuve en Tacna, desde kindergarten; la Señorita Carmelina; simpática y exigente viejita, quien desde su escritorio nos pegaba con una larga rama curva para que aprendiéramos correctamente el Español.


-“Alhaja”…
-“Válvula”…
-“Isósceles”…
-“Asueto”…

Las van escribiendo tres alumnos, en la pizarra compartida en tres espacios. Ninguno del trío debe ver cómo escriben sus compañeros de pizarra; es una práctica de ortografía, en la clase de Lenguaje del “chatito” Rodríguez.
-… Atravesar…
-…Susceptible….
-…Exorbitante….

El aula tenía sesenta estudiantes: había treinta pupitres bipersonales, formando tres columnas hasta el fondo, o sea diez muebles por columna; y el ejercicio había empezado con los de adelante: uno por columna de pupitres, resultando tres alumnos en pie.

Quien escribiese mal la palabra que dictaba el profesor, pasaba a sentarse y era reemplazado por su compañero de asiento; y así iban saliendo al pizarrón, de adelante hacia atrás, durando más los que tenían mejor ortografía, …. hasta que fallaran y fuesen suplantados.

- “Benevolencia”…
- “Eczema”…
- “Zaherir”…

Elías y Pereyra eran don de los mejores exponentes en Lenguaje, y por supuesto en ortografía. Pereyra –familia de artistas-, era pintor y poeta; mientras Elías (hoy Ingeniero) era de esos estudiantes que sobresalen en todo. Yo me sentaba en el pupitre del fondo y del medio; el futuro ingeniero en la mitad de su hilera, a mi izquierda; y el poeta adelante, en primera fila, en la hilera de mi derecha. Coincidentemente nos ubicábamos en distintas columnas de carpetas.

- “Exhuberante”…
- “Bizcocho”…
- “Víscera”…

Como Pereyra había salido de adelante, y no se equivocaba, en su grupo de la derecha no se producían relevos; en el mío, uno tras otros salían eliminados; y así llegó el momento en que Pereyra y Elías se mantenían al frente, derrotando a mis compañeros de zona. Sentado y desde el fondo, veía que mis camaradas de bando, ya eliminados, volvían a sus sitios diciendo: “no importa. Tenemos a Gálvez”. Y me tendían una mirada de confianza.

Lo que empezó como simple ejercicio, poco a poco se fue convirtiendo en reñida competencia de tres equipos, donde se alentaba a sus líderes. No sólo volteaban a verme los de mi clan, sino todos, como si quisieran comprobar que ahí estaba, … esperando mi turno de salir. Claro que si al voltear, unos levantaban los brazos en señal de triunfo; otros lo hacían en respetuoso silencio, como esperando el contragolpe.

- “Aprehensivo”…
- “Bizco”…
- “Balbuceo”…

De ambas alas, los dos ases liquidaban mi grupo, y yo era el último que quedaba habilitado en el centro: desde el fondo caminé hasta el pizarrón, en medio de una variopinta gritería: ahora éramos tres ases en la pizarra…

- ¡¡Silencio!!... ¡¡Silencio!! –dice el profesor-. ¡De seguir gritando, suspendo el ejercicio!...

Buen rato permanecimos en la pizarra, bajo una lluvia de palabras bien escritas, y de murmullos tripartitos de admiración: ¡ninguno fallaba!.

Al fin erró Elías en “albahaca”; y tras él desmoronóse su grupo de la izquierda, uno por uno, con cada palabra adicional, pues el chatito se esmeraba en vocear las más difíciles. El duelo se redujo a dos contendores.

Pereyra era excelente en redacción, y no caía. Finalizando dos horas de lenguaje, sonó la campana del recreo, pero nadie quiso salir; y continuamos. Alumnos de otras aulas se acercaron durante el recreo al tercer año, a mirar por su puerta y sus ventanas enrejadas, el pizarrón donde se libraba una batalla singular. El entusiasmo era contagiante.

Titubea Pereyra en “deshinchar”; escribe “descinchar” (de quitar las cinchas). Pero como las palabras se articulaban dos veces, corrige en la segunda oportunidad.

Cuando parecía que todo acabaría en empate, Pereyra se equivoca en “búho”, pues no le pone el acento; y entonces se armó un escándalo de algazara, porque mis compañeros me llevaron en hombros hasta los últimos minutos del recreo y del gran patio, donde sus alegrías me invitaron de todo en los quiscos del colegio. Y la mejor lección que ese día aprendí, fue que para comer los más ricos dulces sólo había que tener buena ortografía.

De COLECCIÓN DE CUENTOS PARA SONREÍR Nº3
http://rgalvezcuellar.blogspot.com/

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