César Reyes Villanueva
César Reyes Villanueva nació en la provincia de Cajatambo, historiador y escritor, autor de una gama de cuentos y leyendas cajatambinas. Es consultor de historia, arte y cultura de las provincias de Oyón, Cajatambo y Huaura. Combina la literatura con su labor de guía turístico que tiene como centro de operaciones el Museo Histórico de Huaura. Una de las rutas que suele recorrer con los turistas de espíritu aventurero, es por el camino del Inca desde el distrito Ámbar a Cajatambo, cruzando la cordillera a pie.
Escribe en dos blog virtuales de literatura e historia, Episodios y Museo de citas.
Es autor del libro Evocaciones y semblanzas.
HISTORIAS DE CAMINOS
En todo caso, me pareció suficiente recompensa saber que aquel secreto y memorable viaje sería siempre uno de los aciertos más preciados de mi remota juventud. Pese a todo, me indujo el deber a volver. El deber de compartir lo que un día miré y admiré. De manera que cuando Oyvind Wesseltoft (un noruego que acostumbra con orgullo aclarar: “No soy gringo. Yo soy vikingo”) me comunicó su decisión de inaugurar una nueva ruta para Coex Amazón -la empresa de turismo vivencial: http://coexamazon.com/- que uniría Caral con Kotosh; es decir, dos regiones (Lima y Huanuco) y cuatro provincias (Huaura, Cajatambo, Lauricocha y Huanuco) a través de apartadas trochas carrozables y olvidados caminos de herradura, tuve la certidumbre absoluta de saber, al fin, que no era solo un audaz aventurero nórdico quien me llamaba sino el destino.
Pero a la luz de las estrellas -cuando todavía las estrellas iluminaban el pueblo donde nací- la misma noche de mi llegada al escuchar la primera canción en la calles de Cajatambo encontré la respuesta a mi regreso: "Que culpa tengo yo/ de ser cholo cajatambino./Todos dirán ya se fue;/ nadie me recordara/ pero yo he de volver/ a mi santa tierra”. Habituados a entonarla todos en el grupo bailaban y cantaban esa repetida canción; solo yo, con la complicidad de las estrellas, era el único solitario peregrino que tenía sobrados motivos, por igual, para llorar al mismo tiempo que también para bailar.
Escribe en dos blog virtuales de literatura e historia, Episodios y Museo de citas.
Es autor del libro Evocaciones y semblanzas.
HISTORIAS DE CAMINOS
por César Reyes Villanueva
En 1982, con ocasión de las fiestas patronales, al cumplir los veinte años, decidí volver a Cajatambo. Pero -a diferencia de cientos de mis paisanos- en lugar de comprar un pasaje decidí alistar mi caballo. Durante dos días (entre doce y ocho horas) cabalgué hasta llegar. Al atardecer, poseído de una emoción tan intensa -solo comparable al furor melancólico del sol cuando muere la tarde- me detuve a contemplar los techos de calamina y las estrechas callecitas del pueblo donde nací. Entonces comprendí que mi viaje, más que un regreso, era un homenaje al pasado. Un reencuentro con mis antepasados, al mismo tiempo que un inolvidable privilegio de la vista, en la vasta desolación de las alturas. (Pues siempre me acompaño la certeza de que aquel solitario peregrinaje que emprendí a los veinte años desde Ambar hasta Cajatambo era más que la reiteración de la ruta de extintos viajeros).
Veintidós años después, en el 2008, retorné sobre mis pasos para recorrer aquel viejo camino de piedras legendarias, y mi primera impresión, ha sido de sorpresa y gratitud. Sorpresa por encontrar intacto el sendero guardado en mi memoria y gratitud por haber sido el muchacho a quien debo este recuerdo. Pues, aun con veinte kilos más (y demás) al cruzar las lagunas de Jurorcocha, y en especial, al ascender a la cima del Abra Huamán (que quiere decir: Morada de los Cóndores) y coronar la más hermosa vista del horizonte de montañas que forman la Cordillera Huayhuash, era evidente que había alcanzado la altura más elevada del camino, y al mismo tiempo, de mi nostalgia. Sin embargo, aun cuando en ningún momento me propuse no regresar, tampoco consideré necesario hacerlo.
En todo caso, me pareció suficiente recompensa saber que aquel secreto y memorable viaje sería siempre uno de los aciertos más preciados de mi remota juventud. Pese a todo, me indujo el deber a volver. El deber de compartir lo que un día miré y admiré. De manera que cuando Oyvind Wesseltoft (un noruego que acostumbra con orgullo aclarar: “No soy gringo. Yo soy vikingo”) me comunicó su decisión de inaugurar una nueva ruta para Coex Amazón -la empresa de turismo vivencial: http://coexamazon.com/- que uniría Caral con Kotosh; es decir, dos regiones (Lima y Huanuco) y cuatro provincias (Huaura, Cajatambo, Lauricocha y Huanuco) a través de apartadas trochas carrozables y olvidados caminos de herradura, tuve la certidumbre absoluta de saber, al fin, que no era solo un audaz aventurero nórdico quien me llamaba sino el destino.
Pero a la luz de las estrellas -cuando todavía las estrellas iluminaban el pueblo donde nací- la misma noche de mi llegada al escuchar la primera canción en la calles de Cajatambo encontré la respuesta a mi regreso: "Que culpa tengo yo/ de ser cholo cajatambino./Todos dirán ya se fue;/ nadie me recordara/ pero yo he de volver/ a mi santa tierra”. Habituados a entonarla todos en el grupo bailaban y cantaban esa repetida canción; solo yo, con la complicidad de las estrellas, era el único solitario peregrino que tenía sobrados motivos, por igual, para llorar al mismo tiempo que también para bailar.
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