El Río-niño

Cuento de José Pablo Quevedo

Regresó un día el Río-niño a su aldea con el rostro más adulto. Como sus hermanos -los otros ríos-, también se fue a la mar, pero ellos no regresarían jamás, porque la mar los envolvió con sus remolinos y se los llevó con ella.


En cambio, el Río-niño sabía contar historias, y supo de otras miles que había conocido en su camino, y él las fue develando a los hombres de las aldeas. Por eso, cuando llegó al fin de su curso, lo que el niño-río le contó a la mar, le gustó tanto, que ella le perdonó de perecer en sus remolinos, y antes bien, dejó que el sol lo convirtiera en una nube.
¡Hecho nube y hecho agua de lluvia, regresarás a tu pueblo, y servirás a los cientos de aldeas, les darás de beber de tus aguas limpias, les entregarás los mejores peces, y harás siempre germinar a la tierra llenándola de frutos que saciarán a todos! Le aseguró la mar, pero también le advirtió: ¡Nunca debeís permitir que algunos otros hombres contaminen tus aguas o que se parcelen los bosques por donde siempre irás con tus aguas, pues tú y los árboles se quedarán sin alma, y vendrán las enfermedades y las plagas y con ello la muerte! Donde la flor no existe, no hay pájaros, pero tampoco animales, y tú ya no podrás contar más historias.

El Río-niño convertido en una nube blanca bajó hacia su pueblo y tendió sus aguas nuevas sobre las tierras inmensas, y ellas eran tan claras como espejos que reflejaron al astro rey que paseaba con las nubes, y luego él al verlos, le dijo.

Dos cosas grandes me diste, Padre Sol y Nube Blanca: El caudal que es la fuerza que llevo dentro de mí para dar vitalidad a los hombres, pero también las aguas cristalinas en donde se reflejan los miles de rostros de la tierra y de los seres animados. El tiempo que se refleja en los espejos de mis aguas es tan diverso, pero en ellos llevo la memoria de los pueblos que se anudan al tiempo que cambia y cambia.

Cuando el primer hombre, bajó para llevar el agua en una de sus tinajas, se sorprendió de ver las aguas tan cristalinas como nunca antes las había visto, también se percató que muchos animales habían bajado para beber, y que los pájaron revoloteaban haciendo una cortina de sonidos, y hasta los delfines salían como hombres elegantemente vestidos. Vió miles de colores en los árboles y sus ramas, y sobre una orilla brillaba ell sol y la nube. El hombre le habló al Río-niño.

Yo era un niño, como tú, y cuando te fuiste a la mar, pensé que nunca regresarías.Te esperamos, pues queríamos oir las historias de las lluvias crecidas, de los truenos que las traen, de los hombres y mujeres que hay en otros lugares a tu paso. Aquí hemos tenido tiempos duros, tiempos de guerra, pues vinieron hombres vestidos con uniformes, y estaban armados hasta los dientes, ellos querían expulsarnos, cercar nuestros territorios para sacar el oro negro de nuestros suelos, nosotros sabíamos que en otros territorios habían contaminado las aguas con mercurio. Tuvimos que pelear Río-niño, y así ha pasado el tiempo en esta lucha. Pero tú has vuelto, otra vez, y sale la vida de sus verdaderos racimos. Tú estás, y contigo, sabemos que hemos vencido. Yo también tengo otro rostro y también soy adulto como tú.

Esa vez, el Río-niño, miró al hombre emocionado, y le dijo.

Contaré a los otros hombres de otras aldeas lo que aquí se ha sucedido por defender el derecho de ser libre y preservar una vida sana. Cuando regrese, otra vez, traeré a tu aldea las historias de los otros pueblos, y ellas las verás en los espejos de mis aguas. Yo te las regalaré y tú se las regalarás a los otros hombres, pues son las historias de mis viajes de ida y mi regreso. La vida va y viene, y vuestra memoria se fortalece cuando ustedes se retratan en los espejos de mis aguas.


José Pablo Quevedo
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