La literatura infantil a través de la visión de Anatole France

A propósito del Encuentro Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en Ayacucho. Octubre, 2009

Por: Samuel Cavero©



¿Quién no se ha apasionado con las obras de aventuras de Julio Verne y Salgari? Cuando recuerdo Cuentos de Grimm, Corazón o Robinsón Crusoe, a veces me pongo a re-pensar en este “libro ideal que todos hemos entrevisto en nuestra infancia, y que se nos ha revelado en la mañana de la vida, como mariposa azul del colegio por la frente azul de la ilusión: el libro del cuento mágico, del verso de la luz, de la pintura maravillosa de la deleitable música; el libro bello, en suma, sin otra utilidad que su belleza”. (1)

Como decía Machado, este es un interesante camino, camino que se hace al andar en el campo de la literatura infantil, un reto sin duda mayor.

Perrault, todo un clásico de esta literatura, dejo hace muchos años atrás toda ocupación “seria” para dedicarse a escribir cuentos para niños. Y es que siguiendo las huellas de escritores como Perrault y Mark Twain todos nosotros sabemos que el acto creador desde los niños o para los niños es un acto casi divino, mágico, irreverente, acomodado a la psique infantil que tiene cortapisas y medidas que hay que saber ubicarlas, que no todo se puede decir como quisiéramos decir los adultos y que en todo caso se debe decir con el lenguaje y la forma como lo sienten, lo hablan y perciben los niños.

Ha dicho Anatole France, un escritor clásico al que yo leí en mi juventud de prosa sencilla y penetrante, en una edición de papel Biblia, que los niños muestran la mayor parte de las veces una aversión y repugnancia extrema en leer libros que se han hecho para ellos. ¿Y cual es la causa de este desprecio hacia sus generosos amigos? Citando a Jesualdo en su obra Literatura Infantil, Editorial Losada, diremos que Antale France sostiene se debe a dos grandes defectos en que, por lo general, incurren los autores que se dirigen a los niños; la puerilididad en que caen al aparentar sencillez para ponerse al nivel de la mentalidad infantil, y el tono moralizador con el que pretenden caracterizar su obra, en la que siempre se creen obligados a representar la virtud recompensada y el vicio castigado. Los niños comprenden lo que hay de artificialidad en semejante pintura y pronto se fastidian. Esto mismo ya era citado por M. Braunschvig en la obra El arte y el niño.

France aconseja no buscar una manera especial cuando se escribe para los niños, y sí elevar todo lo posible el pensamiento, perfeccionar cuanto dable sea el estilo, para que todo viva, todo aparezca en la narración claro, magnífico, potente. No existe otro secreto para entusiasmar a los lectores. (2)

Gran cantidad de obras que les son a los niños dedicadas especialmente, no les interesan a los niños, pues no llenarán las más precarias condiciones de su psicología. Las cosas existen o no para los niños. Las cosas están animadas en su intimidad y mundo. El niño posee un innato animismo y antropoformismo. Es capaz de darles vida a las plantas, a sus juguetes o muñecas y hablar con ellas. Todas nuestras distinciones doctas y sutiles entre el reino animal, vegetal y mineral, entre cosas animadas e inanimadas, no existen para el niño: él juzga e interpreta todas las cosas que lo circundan, desde una sola fuente de la experiencia y las propias sensaciones inmediatas y directas.

¿Qué tipo de sensibilidad estamos educando los escritores en los niños? ¿No estamos gravitando sobre su infancia oprimiéndola y condicionándola a la visión de los adultos? ¿Estamos integrando con nuestros escritos su compleja personalidad o disociándola? ¿Qué es lo que debe leer el niño? ¿Y qué es en todo caso lo que no debe leer? En el fondo no es el niño el que goza con esas narraciones maravillosas sino nosotros mismos que nos complacemos en el engaño. Y en cambio la experiencia nos demuestra, como decía Anatole France, sostiene asimismo Jesualdo, cuánto le interesan a los niños las obras maestras de la literatura, aún a veces sin siquiera estar adaptadas a su entendimiento, obras que nunca consultaron la psicología infantil, ni fueron escritas para servir a estos fines que se proponen esencialmente de este género.

Por eso lo delicado de hacer literatura infantil, máxime si la literatura es un hermoso arte fabulador, es expandir la fantasía hasta grados inimaginables que lindan muchas veces con lo maravilloso, lo espectacular del cine, la magia del circo, los mitos y las leyendas regionales, nacionales y hasta universales.

A partir de los siete años se aconseja el libro de relatos cortos, ya que la atención den niño no está muy desarrollada y cuyo contenido ha de ser cuentos de hadas o animalitos, material eficaz para el desenvolvimiento de su portentosa imaginación. A los nueve años, se lees proveerá de historia un poco más largas, prefiriendo las grandes obras de literatura especialmente escrita “para niños”; de once a trece años, las novelas de aventuras, y de trece a quince años, las novelas cortas, las de narración, de viajes y las obras de vulgarización científica.

Y como bien sabemos es a través de la fantasía que el ejercicio creador para un escritor como quien habla se devuelve en libro, en un acto reverencial de tributo y agradecimiento por lo que es igualmente la vida.

En ese sentido un escritor que escribe para niños busca ante todo el goce estético para el niño. Es necesario para ello conocer antes el mecanismo mental y sensitivo del niño para crear –en razón del menor esfuerzo– los instrumentos que la capaciten para el aprendizaje de la lectura y desde luego la comprensión lectora. Gracias al libro y a esos locos inteligentes que apuestan por el libro y su promoción, conocemos algo de la posible realidad o de mundos quiméricos que nos acercan al niño, a su psique, desde diversas perspectivas, incluso a través de los animales, de las flores, de la historia y la leyenda, como sucede con mi libro La Gata Pompotas.

Aunque parezca risible escribir para niños, escribir literatura infantil e incluso juvenil, siempre fue para mí un reto mayor de respeto en el proceso de creación y un compromiso muy serio. Necesitaba una educación literaria para seguir más exactamente el desenvolvimiento natural del niño. Esperé educarme, reeducarme, sentirme capaz, como cuando a los 16 años me puse a escribir una novela como es Apocalipsis en don Ramón, que es también un libro para adolescentes, una novela de educación sentimental, de un transvase de sentimientos entre la infancia y la juventud, a mi juicio. Pero no lo era (quizás) para niños. La primera parte de este libro sí lo era, me atrapaba desde mi propia personalidad de niño en formación, así la historia ficticia de los hermanos Daniel y Ricardo en el pintoresco y costumbrista poblado de Cartavio, no así la historia autobiográfica del Colegio militar, terriblemente dura para cualquier joven. De allí que yo sentí que tenía una deuda que pagarle a los niños desde mi adolescencia trastocada por el deseo de mis padres que apuraron mi adolescencia, quisieron que el niño creciera y se hiciese cuanto antes Hombre. Y mientras esto sucedía algo de mi niñez se iba perdiendo de a pocos. Otro poco se refugiaba en los fondos de mi conciencia y afloraría muchos años después. Había que registrarla por lo menos en un libro. Así fue que me hice en la tarea de escritor.

Percibí además en algunos Encuentros Literarios que mucho se estaba teorizando sobre este tipo de literatura, y que algunos de nosotros, los escritores, estábamos todavía muy lejos de interactuar con los niños. Ahora que me he puesto la camiseta de los niños y hemos visitado muchos colegios y escuelas en diferentes puntos del país quizás este es ya un buen intento de interactuar, de educar, de crear conciencias pensadoras, para conocer más de ese sencillo y a veces muy complejo mundo infantil, según se vea. Pero no olvidemos que desde la visión del niño –niño interactivo e hiperactivo– también se conoce nuestra realidad nacional, nuestra problemática e incluso mucho del mundo de los adultos. He allí su complejidad en saberlo contar.

Escribir libros para niños siempre había pensado que no es una tarea sencilla, nada fácil, que tiene un lenguaje primoroso y sencillo, rodeado de imágenes, formas, títulos, personajillos, simbolismos, refranes, moralejas, ilustraciones, colores, lecciones aprendidas, lecciones por aprender. Escribir libros para niños es un ejercicio maravilloso para escritores alucinados, impostores del lenguaje, contándonos historias igualmente alucinantes de un lenguaje aparentemente sencillo pero que si se lee bien es pura filigrana, orfebrería de la palabra, arquitectura del ensueño y la ilusión. Por ejemplo la literatura ensoñadora y melancólica de Sócrates Zuzunaga. Quizá el éxito de sus libros se deba a que no es un texto fijo muerto, sino que lleva consigo movimiento y el sonido de la palabra viva y la cosmovisión andina. En la literatura de Sócrates Zuzunaga a menudo se sucede una especie de ritmo muy distinto al de la narración escrita que sostiene la maravilla de la narración oral.

¿Para qué sirve la literatura infantil? ¿Qué poderosos efectos tiene en el niño? ¿Quién no ha leído Platero y yo de Juan Ramón Jiménez? Hay quienes pensamos que tiene un valor educativo intrínseco buena parte de esta literatura publicada hasta la actualidad aunque no toda.

La literatura infantil, aquella que incluso recoge lo nuestro, nuestras fiestas y costumbres andinas por ejemplo, así nuestras leyendas y mitos populares, tiene en efecto un poderoso efecto formador en la imaginación, afectos, valores y personalidad del futuro adolescente. Juan Ramón Jiménez decía que donde quiera que haya niños existe una edad de oro. En ese sentido en Platero y yo, por ejemplo, se ofrece “una visión panteísta de la vida y del universo y refiere metempsicosis tan poéticas cual la del canario en rosa, presta con ferviente animismo personalidad y espíritu hasta a los objetos más inertes, enseña a descifrar la elocuencia de la naturaleza y a fraternizar no sólo con los hombres, sino con los animales y plantas, matiz de ternura de ternura, luminosidad, irradiación y la policromía de este libro que parece escrito por un pintor poeta.”(3)

A estas alturas de nuestra extensión cognoscitiva ya no quedan dudas de que la infancia es una etapa fundamental y debe desarrollarse con ritmo propio, lógico e inalterable. Hermosa e irrecuperable edad la de la infancia. Su vida está muy conectada con su familia, su escuela, el paisaje, su entorno, las costumbres de su pueblo y sus propias fantasías infantiles. “Que sería imposible creer ya en que la vida del niño, tan desconectada del ambiente del hombre, o mejor del paisaje, como intencionadamente, de este modo, le llama Ortega y Gasset; sería imposible creer, que esta infancia fuera como una etapa enfermiza, defectuosa, que la vida humana atraviesa para llegar a la madurez. Y que existe una verdadera precipitación por acabarla lo más pronto posible; reducir con una nueva literatura y educación para los niños su ingenuidad, su puerilidad, introduciendo en el niño, rápidamente, “la mayor cantidad posible de hombre”. (4)

Y decía que no es fácil escribir desde niño, desde joven y menos desde adulto para los niños. Pues ya nos pesan los niños, perdón, los años. Menos aun si se pretende educar, entretener y hasta hacer reír, tal es el propósito de mi libro que gracias a Willy del Pozo y a sus locuras de editor- escritor se han salvado del naufragio del olvido. Muchas gracias Willy del Pozo, por confiar en mis creaciones, por apostar por mi manera de contar historias, por hacerme un sitio en este trajinado mundo de la literatura infantil donde abundan libros, encuentros, debates, escritoras embrujadoras, magos y arlequines de la palabra, y charlas de motivaciones sobre este arte, oficio y don creador.

Pero sepan ustedes que este libro La Gata Pompotas y los que vendrán, es también saldar una deuda con los niños de mi Perú y en especial de mi Huamanga querida, que con el Plan Lector ya en marcha, merecen conocer a través de la lectura, la comprensión lectora y el análisis en clases más historias, más ensoñadoras historias contadas por adultos que se pretenden ilusamente volverse niños, sentirse niños, actuar como niños.

Muchas veces he pensado que un escritor de literatura infantil debe ponerse en la situación de un zanquero o de un Cuentacuentos, muy de moda en la actualidad. Cuentacuentos es una apasionante actividad histriónica, teatralizada, una manera de recrear en vivo una historia literaria y llegar de mejor manera desde el absurdo al entendimiento y la fantasía del niño y el adolescente. Lo afectivo, de este modo, juega un papel esencial en el desarrollo psicológico del niño y el adolescente. Y la máxima virtud de la literatura infantil y juvenil está en que actúe sobre sus sentimientos, produciendo emociones sublimes en el niño que procesa con sus sentidos y una gran sensibilidad todo lo que lee, ve o escucha y se clasifica, ahonda y procesa en las funciones psíquicas internas más profundas de su ingenioso ser.

Al fin al cabo cuando todos leemos y nos recordamos niños qué niños somos y niños seremos al llegar a los últimos años de nuestras vidas, niños al fin escapando del pavor que produce el consumismo del adulto, las obligaciones, los retos de la vida, las tareas incumplidas, niños… niños para ser condenadamente niños dentro de las tragedias y sencillez de otras ficticias vidas y si de algo sirve ese humor que el buen lector encontrará en algunos de mis cuentos esta es una terapia porque la vida en los niños es realmente muy feliz, desprendida, llena de ocurrencias, de hechos cotidianos que provocan risa.

Por lo tanto pienso como autor que en La Gata Pompotas, Ediciones Altazor, no solamente hay el pago de una deuda de un autor maduro, que se siente igualmente cómodo creando estas historias y no se corre de la literatura infantil, solo que deseaba llegar a peinar casi los cincuenta años para comenzar a pensarse como niño, sentirse como se sienten las caritas felices. Nunca me cansaré de alabar el candor, la ilusión, los sueños e imaginaciones de los niños. Y nunca esos rostros a veces alegres, picaros o pensadores de los niños de nuestras escuelas y los de la calle tristes, dolorosamente sufridos.

Y si usted amiga, amigo, encuentra en mis libros la levedad del ser o ese humor absurdo, que lo desternillará de risa, siéntase igualmente niño porque si algo tienen mis escritos es además provocar impulsos, emociones fuertes, sublevar el espíritu, pero además a través del humor absurdo lograr un importante objetivo: el de conseguir la distensión a causa del efecto liberador que produce la risa.

Al final de mis reflexiones no quiero terminar sin felicitar porque un Encuentro Nacional de literatura Infantil con participación de escritores ayacuchanos y de todo el Perú, tenga la representación y el nombre de quien hizo mucho por la gestión del APLIJ, Marcial Molina Richter, toda una autoridad de la cultura y la promoción de la cultura en Huamanga, por fortalecer año a año enormemente su trayectoria y al que contribuí alguna vez con algunos granitos de arena, dicen por ahí un viajecito en avión que fue como un viaje de niños.



(1) Poesía puertorriqueña, Antología para niños, La Habana, 1938, Prólogo de Juan Ramón Jiménez.

(2) Jesualdo Literatura Infantil, Editorial Losada, 255 Págs., Buenos Aires, 1963.

(3) Jesualdo, Op. Cit; Pág. 237.

(4) Jesualdo, Ibidem, Pág. 112.



Biografía de Anatole France:

Anatole France es el seudónimo de Jacques Anatole François Thibault (1844-1924), novelista y premio Nobel francés, considerado frecuentemente como el mejor escritor francés de finales del siglo XIX y principios del XX.
France nació el 16 de abril de 1844, en París. Estudió en la escuela Stanislas de París, aunque la mayor parte de su educación fue autodidacta. Desde muy joven fue un lector insaciable. Sus primeros libros publicados fueron Poemas dorados (1873) y la obra teatral en verso El puente de Corinto (1876). No consiguió, sin embargo, un estilo depurado hasta su primera novela, El crimen de Silvestre Bonnard (1881), en la cual hacía gala de habilidad estilística, de sutil y mordaz ironía y de genuina compasión, características todas ellas que formaron parte de su posterior producción. France produjo muchas novelas, obras de teatro, poemas, ensayos de crítica y filosofía e investigaciones históricas. Fue nombrado miembro de la Académie Française en 1896 y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1921.
En 1883 se unió a Madame Arman de Caillavet, la cual le inspiró gran cantidad de trabajos y promocionó sus escritos ayudándose de sus amplias relaciones sociales. Entre las obras de esta etapa intermedia cabe destacar los ensayos críticos La vida literaria (1888), las novelas Thaïs, cortesana de Alejandría (1890) y El Lirio rojo (1894) y la tetralogía de novelas Historia contemporánea (1897-1901), un ácido análisis de los corrosivos efectos del caso Dreyfus en la sociedad francesa. Anatole France se encontraba entre los intelectuales franceses que exigieron, con éxito, la exculpación de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército francés acusado de traición.
En sus últimos trabajos se convirtió en defensor de causas humanitarias, mediante elocuentes defensas de los derechos civiles, de la educación popular y de los derechos de los trabajadores, a la vez que atacó con amargas y brillantes sátiras los abusos políticos, económicos y sociales de su época. A pesar de sus polémicas, las elegantes y profundas cadencias, así como su maestría en el uso del lenguaje evidencian la devoción de France hacia las formas clásicas. Entre las obras que demuestran su arraigada conciencia social y su elocuencia clásica destacan las novelas alegóricas La isla de los pingüinos (1880) y La revolución de los ángeles (1914), y un relato sobre el reinado del Terror durante la Revolución Francesa, Los dioses tienen sed (1912). Anatole France murió en Tours el 13 de octubre de 1924.
Fuente: http://www.edicionesdelsur.com/anatolefrance.htm


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