Despistes y Franquezas de Mario Benedetti

Mario Benedetti, otro grande de la literatura latinoamericana, obtuvo en vida la fama, el reconocimiento y muchos galardones, entre ellos, el Premio Reina Sofia de poesía Iberoamericana en su VIII edición. En esta oportunidad no les presentamos algunas de sus archiconocidas poesías que muchos ya conocemos de memoria como Táctica y estrategia, Te quiero, o Hagamos un trato; sino algunos cuentos de su libro Despistes y franquezas publicado en 1989 en Buenos Aires. En él reúne relatos, poesías, graffiti; como él mismo escribe en su presentación "Envío", es un entrevero literario que disfruta, un brindis privado entre el autor y el lector.


Mucho gusto

Se habían encontrado en la barra de un bar, cada uno frente a una jarra de cerveza, y habían empezado a conversar al principio, como es lo normal, sobre el tiempo y la crisis, luego, de temas varios, y no siempre racionalmente encadenados.

Al parecer, el flaco era escritor, el otro, un señor cualquiera. No bien supo que el flaco era literato, el señor cualquiera, empezó a elogiar la condición de artista, eso que llamaba el sencillo privilegio de poder escribir.

"No crea que es algo tan estupendo", dijo el Flaco, "también a momentos de profundo desamparo en lo que se llaga a la conclusión de que todo lo que se ha escrito es una basura; probablemente no lo sea, pero uno así lo cree. Sin ir más lejos, no hace mucho, junté todos mis inéditos, o sea un trabajo de varios años, llamé a mi mejor y le dije: Mira, esto no sirve, pero comprenderás que para mi es demasiado doloroso destruirlo, así que hazme un favor; quémalos; júrame que lo vas a quemar y me lo juró".

El señor cualquiera quedó muy impresionado ante aquel gesto autocrítico, pero no se atrevió a hacer ningún comentario. Tras un buen rato de silencio, se rascó la nuca y empinó la jarra de cerveza. "Oiga, don", dijo sin pestañear, "hace rato que hemos hablado y ni siquiera nos hemos presentado, mi nombre es Ernesto Chávez, viajante de comercio". Y le tendió la mano. "Mucho gusto" dijo el otro, oprimiéndola con sus dedos huesudos,"Franz Kafka para servirle".

Su amor no era sencillo

Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.

ESO
Al preso lo interrogaban tres veces por semana para averiguar "quién le había enseñado eso". Él siempre respondía con un digno silencio y entonces el teniente de turno arrimaba a sus testículos la horrenda picana.
Un día el preso tuvo la súbita inspiración de contestar: "Marx. Sí, ahora lo recuerdo, fue Marx." El teniente asombrado pero alerta, atinó a preguntar: "Ajá. Y a ese Marx ¿quién se lo enseñó?" El preso, ya en disposición de hacer concesiones agregó: "No estoy seguro, pero creo que fue Hegel."
El teniente sonrió, satisfecho, y el preso, tal vez por deformación profesional, alcanzó a pensar: "Ojalá que el viejo no se haya movido de Alemania."

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