Cuentos : Virakocha/ El escorpión de Amalia

José Pablo Quevedo
Relatos y cuentos del mundo andino del autor impresos en Berlín


Virakocha*


El primer día

Los primeros dioses fueron gigantes, pero cuando los hombres empezaron a crecer, los primeros dioses empezaron a empequeñecerse. Lo que fue necesario desde miles de años, después ya no fue necesario para los hombres.


El segundo día

De la cabeza de Zeus salieron muchos dioses. Virakocha era uno solo. El era la luz y sobre él no fue posible otro dios. Virakocha, aún en la sangre de las parturientas, los arrojó a los arrecifes y allí los otros dioses se despedazaron y murieron.

El tercer día

Se hermanaron la luz y la tierra y nacieron siete soles de agua, como los colores del arco iris. Y estos hombrecitos se fueron por los cielos, por los mares y por tierras muy lejanas y de los colores de sus llamas nació la vida. Virakocha dijo entonces: Quién busque aniquilar algún color de la luz, lo que desea es oprimirla y matarla.

El cuarto día

Los siete hermanitos se tomaron de las manos y cantaron:
La luz no es vertical,
ni horizontal
ni un laberinto,
ni periferia, sino centro
de cuyo interior
se crea la vida.

El quinto día

Virakocha anunció, entonces:

Yo soy la fuente de la vida.
Yo el antes y el después,
yo el momento y la eternidad.
En mí la verdadera marcha del tiempo
la infinitud de las cosas y el mismo Hombre.

Yo, arriba con mi corona irradiando,
y abajo iluminando todas las cosas,
repartido en el agua y el viento.
Yo unificando lo bueno y lo malo,
en uno y en todos,
dividido en siete colores,
en mis hijos,
en los colores del universo.

El sexto día

Hace quinientos años, llegaron los hombres del otro lado del océano a las tierras, cuyos Primeros Hombres, el „Continente del Sol“, llamaron y asesinaron a los muchos hijos de Virakocha. La marcha del tiempo se hizo atrás y se fue por los senderos de la muerte. Lo bueno y lo malo ya no fueron uno. El abajo y el arriba fueron divididos. Gobernaron otros principios morales. Enfermedades y pestilencias dominaron sobre el planeta. Se levantaron montañas de basura atómica y el agua no se pudo tomar por la contaminación que tenía. La naturaleza, con la cual los Primeros Hombres armonizaron miles de años, fue destruida. Miles de árboles cayeron bajo las sierras eléctricas sin sensibilidad y sin sentido. Los Hijos del Sol llamaron a la resistencia, y sus gritos fueron oídos por Virakocha.

El séptimo día

Virakocha vino nuevamente, y la luz irrumpió en mil colores. Todos los árboles volaron hacia las nubes. Los polos de la tierra dejaron derretir los hielos guardados desde edades interminables. Llovió noches y días enteros hasta que los continentes se hundieron definitivamente. Después nuevamente se hizo la luz, y en los infinitos nidos del universo nacieron nuevamente los soles de agua. El parto glorioso de la luz es el Hombre.



*Este primer relato, apareció por primera vez, en la Hoja literaria berlinesa, “La Pirámida Invertida“ N° 1, año 1994. Después fue reeditada por su autor, en la selección de poemas ”Immer ein Anderer“- Poesías desde hace treinta años, bajo el auspicio de la Sociedad “Trilce“ de Berlín, en 1996.
Virakocha*, una de las más altas divinidades incásicas. Con esta divinidad, José Pablo Quevedo le rinde su homenaje a todas las culturas del “Continente del Sol“ y a sus Hombres Originarios que a pesar de las destrucciones físicas y espirituales que han sufrido y aún sufren, resisten en la caligrafía del tiempo.


El escorpión de Amalia**


Amalia odiaba a todo arácnido y cada bicho de patas largas o cortas que bajo sus ventanas se atrevía caía fulminado bajo el efecto de las botellas de “Bayer“. En las noches, sin embargo, ellos se vengaban e invadían los sueños de Amalia, paseando por su cuerpo en interminables pesadillas. Transpirando y jadeante se despertaba la bella mujer en medio de la noche y corría a las ventanas para asegurarse de sus cerrojos.

Las noches de Amalia pertenecían a los bichos de patas repugnantes y los días eran una odisea de médicos, terapeutas y psicólogos, ingerir pastillas y repletar de colillas los ceniceros, hasta que supo de un chamán que curaba el cuerpo y sanaba los sueños malos.

Aia Payec, el hombre de la magia, se introdujo en los sueños de Amalia, cruzó las regiones de una selva virgen donde serpientes y jaguares fosforescentes lo guiaban por caminos inverosímiles para vencer todo temor y toda intranquilidad posesionada del alma de esa mujer. El chamán se levantó sobre las olas mas altas de los mares del sur cuyos estallidos convierten a las rocas en rostros casi impenetrables, y a los cuales, la luna los baña con su intensa claridad. Aia Payec salió de allí radiante, con un brebaje y unos bálsamos para la piel.

Desde entonces, las noches de Amalia dejaron de ser oscuras, para vestirse con los colores del mar. Ahora Amalia lleva las orillas en sus ojos verdes.


**Este relato apareció en Berlín, en la Hoja literaria “La Pirámide Invertida“ N° 5, en 1997

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