Orovelinas: Cuentos breves berlineses

Mi agradecimiento al escritor y filósofo José Pablo Quevedo de enviarme estos cuentos breves, en primicia.

AUTOR: JOSÉ PABLO QUEVEDO

Con las huellas de los zapatos también se puede dibujar

Juan subió apresurado al tren urbano para escudarse de la lluvia que caía torrencial ese día de primavera. El hombre tenía los zapatos montañeros llenos de barro, así que cuando caminó por uno de los vagones del tren, las suelas de goma dejaron el barro impreso sobre el piso. Entonces, Juan se quedó detenido, admirando, lo que había hecho por la casualidad del temporal. Las huellas dejadas sobre el piso del vagón le parecieron, algo así como figuras, y el hombre creyó ver en ellas un caballo en pleno galope.

Después el hombre levantando la mirada vio algunas otras huellas paralelas hechas por las suelas de otros viajeros, que eran como surcos entre los colores claros y marrones y negros del barro. Sin pensarlo dos veces, el hombre estampó otras huellas sobre el mismo vagón, y se detuvo para contemplarlas, nuevamente.

Un caballo vuela hacia las nubes, se dijo. ¡Es el caballo de la fantasía, el que gana a todos! Exclamó interiormente.


Después reflexionó: “Con las huellas de los zapatos también se puede dibujar”. Juan continuó, entonces, caminando rápidamente por los varios vagones orugas del tren metropolitano, haciendo lo que su conciencia le dictaba, hacer otras figuras con el barro de sus zapatos. Y así lo hizo, hasta que abandonó el tren en uno de sus paraderos.



Si de estas rosas de hielo saliera una Blanca Nieves

Un día, nuevamente, tomó Juan el tren subterráneo, corrió como enloquecido por los vagones haciendo más huellas, ante las miradas asombradas de los pasajeros. Ellos lo vieron hasta saltar eufórico sobre el piso de uno de los vagones. Le quisieron llamar la atención, pero le oyeron decir: “¡Qué fascinante, es una rosa de hielo lo que he hecho, la que ahora sale del piso!”

Ellos lo creyeron un loco. Pero esta vez, las huellas oscuras y claras hechas de barro por las suelas de sus zapatos montañeros habían creado una imagen circular.

Cuando Juan bajó hacia el andén de un paradero, cantó a todo pulmón: “Si de esas rosas de hielo saliera Blanca Nieves, qué feliz sería el niño que fui, una vez”.



Distintos hombres


Un día, un hombre que estaba seguro de reconocer a un amigo que salía de entre la muchedumbre de una estación del metro, lo detuvo, exclamando: ¡Juan, Juan!, ¿no me reconoces? El segundo hombre, sorprendido del primero, después de mirarlo de arriba para abajo, le dijo, categórico: ¡Usted, a mí, no me conoce, ni yo lo conozco a usted!
—¿Pero...?
—¡No hay peros que valgan! Será otro. Otro Juan distinto que yo, el que usted conoce. Son otros tiempos. La gente pasa y se detiene en pensar que tengo un doble, o se imagina una y otra cosa sobre mi persona.
Y diciendo esto, el segundo hombre se fue silbando y cantando una extraña melodía:

¡Si te volviera a ver,
que linda, tal vez,
sería la vida!



Las casas grises

Eran tan grises las casas de esa ciudad, que de pronto a Juan le pareció que el tiempo había perdido el control sobre sí mismo. Entonces como el hombre se dio cuenta, que lo gris del tiempo no le gustaba y se había detenido en aquel lugar donde ya no podían caber sus sueños, este hombre queriendo alcanzar otras nuevas metas, decidió soñar nuevamente en otros tiempos venideros, tal vez, en sueños que ya no contenían los colores grises de esos tiempos.


Un espacio de más

Juan que siempre curioseaba, en cada piso del edificio donde vivía, se detuvo un día ante el umbral de la puerta del veinteavo piso. Habían pasado dos horas desde que él había iniciado su recorrido por las escaleras del edificio. Como todo lo hacía mecánicamente, sin calcular el tiempo de salida o de llegada, instintivamente ese día subió un piso más de lo que siempre planeaba. Y esa vez, sin pensarlo se situó ante una puerta pequeña que daba a la azotea del edificio, la abrió por curiosidad, y al ver la ciudad en todos sus contornos, desde arriba, pero que le pareció tan pequeña, se dijo para sí: “Aquí, ahora, en este edificio, hay un espacio que está de más”.
Leer su cuento La figura en el reino de lo mudo



José Pablo Quevedo
Nació en Catacaos, Piura (Perú). Poeta, artista plástico, filósofo, promotor cultural.Tiene trece libros de poesías, figura en las principales antologías de América Latina, España, Francia y Alemania. Escribe para importantes revistas de España, Italia y de América Latina, entre ellas, la prestigiosa Alhucema. Es miembro de Poetas del Mundo, Representante de Abrace y de la Casa del Poeta Peruano en Alemania. Es miembro Fundador de MeloPoeFant (sismo poético resistente), y organiza la Cita de la Poeía en Berlín, cada año. Sus libros han sido traducidos en varios idiomas. 


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