COMPETENCIA SIN FIN

COMPETENCIA SIN FIN
Julio Solórzano Murga

Era una tarde de sol maravilloso, se esperaba una competencia extraordinaria y espectacular. Los nadadores venidos de diferentes partes de la provincia esperaban impacientes la orden de la partida. Poco a poco el escenario se fue llenando de espectadores en espera de que el comisario de la competencia con un disparo al aire dé por iniciado el certamen. La playa para el concurso de natación a mar abierto, se había elegido el día anterior, era una playa encantadora y tranquila el hermoso balneario de “Playa Chica” al sur de la ciudad de Huacho. El nadador Coco Meza, un vecino del puerto de Huacho de unos veinte años de edad con rostro alegre y expresión despreocupada, constituía en ese día, al menos, el centro de todas las miradas. Después de varias semanas de entrenamiento en las aguas de las playas de Hornillos y El Colorado, se proyectaba a ser uno de los mejores nadadores de la Costa en todo el Norte Chico.
Al escucharse la orden, los competidores con el agua hasta la cintura se lanzaron al mar. Coco Meza, con la agilidad de un delfín recorrió los primeros cien metros a brazo libre, y estuvo muy por encima de los demás competidores nadando metros tras metros con una velocidad increíble, respondiendo cada músculo de su cuerpo al más leve movimiento, no era extraño que se esforzara demasiado, era su día, el sueño que había tenido la noche anterior le había pronosticado que le ocurriría algo extraordinario en aquellas aguas, este sueño le daba la seguridad de que el triunfo sería suyo.

Cerca de la hora de competencia se encontraba ya a dos mil metros mar adentro, faltaba sólo un poco para llegar a la línea de meta, cuando de pronto sucedió algo inesperado, el mar se embraveció desatando la inquietud de los participantes, se produjo una marejada de fuertes oleajes que desesperaron a los espectadores, quienes escaparon de los peñascos para ponerse a buen recaudo. El personal de rescate desde las lanchas, lanzaron chalecos salvavidas y sogas para poder rescatar a los participantes, que emprendieron su regreso hacia la playa. Al percatarse que Coco estaba muy lejos de sus compañeros intentaron llegar hasta él, pero todo resultaba inútil, con desesperación vieron como Coco luchaba por su vida mientras era arrastrado por la corriente marina desapareciendo en pocos segundos en las frías aguas del mar. Los afortunados nadadores que lograron salir a tiempo no podían olvidar al joven compañero de competencia, cuya figura les parecía ver reflejada en las cristalinas aguas del océano. Pasado la tormenta, organizaron cuadrillas de rescate, pero todo parecía inútil. Luego de cinco días de intensa búsqueda, una brigada de rescate aérea avista flotar un cuerpo por las cercanías de la playa de Hornillos, comunicándose de inmediato con la capitanía del Puerto, para que los guardacostas preparasen el rescate del cuerpo sin vida del joven nadador.

Al lugar comenzaron a llegar varios de sus colegas de competencia estando entre ellos un gran amigo de la infancia de Coco, pues habían compartido juntos la carpeta de estudios en su querido colegio “Mercedes Indacochea” se trataba de Machi un muchacho del barrio de La Manchurria de unos veintidós años de edad. Él no se pudo controlar, en vez de esperar el rescate, cumplió una hazaña que fue el comentario de los nadadores que tristes esperaban a la orilla del mar. En silencio todos los rudos nadadores, miraron al osado nadador lanzarse al mar y alejarse a brazo libre en busca del cuerpo de su gran amigo, su hermano en una y mil batallas.
Cerca de dos horas el corazón de más de uno palpitó locamente, paralizando casi su latir cuando un estremecedor grito se escuchó entre los presentes, ¡Ya viene de regreso! ¡Ya lo tiene! Viene hacia acá ¡Ayúdenle! Varios se lanzaron al agua.

Los sorprendidos nadadores estaban fascinados por la escena que veían sus ojos. Bajo el azul del cielo se destacaba la figura nítida de Machi, arrastrando el cuerpo inerte de su amigo que no quería soltar, su brazo se agitaba cansado, lentamente. Machi cumplió con su amigo, minutos después, era recibido por sus curtidos camaradas y algunos compañeros de promoción quienes se agolparon a su alrededor, comprendiendo su dolor de amigo. Aquel día, se ganó el respeto y la admiración de sus colegas.
Aquella noche en la soledad de su cuarto, Machi se agitaba de un lado para otro sin poder descansar, el espectro del día transcurrido volvía para tumbar su tranquilidad, hechos olvidados tiempo atrás venían a su memoria, la casa de sus padres, la figura de su anciana madre, los amigos de su querido barrio frente al mar La Manchurria, su “Defensor Miramar” de toda la vida, llenaron su atribulada mente.
- Esto no puede ser, se dijo. ¿Qué me está pasando?
Incorporándose en la cama, escuchó hasta cerciorarse que todos dormían menos él. Sin hacer ruido salió y se alejó en busca de sosiego en el aire libre. La luna brillaba magnifica, las estrellas alumbraban su rostro, el ruido al reventar las olas quebraba el silencio de la noche huachana, se deslizó rápidamente por el arenal pensando que la caminata en el aire frío de la noche curaría su insomnio, y desvanecería los recuerdos que le molestaban. De regreso a su casa, se dijo que había recuperado la tranquilidad, se metió a su cama y a la larga cayó dormido, pero visiones extrañas e irreales turbaron nuevamente su reposo. Parecía que otra vez nadaba veloz para salvar a su amigo que pedía auxilio, para al rato dar un grito ensordecedor ¡Llegue tarde! ¡Muy Tarde! ¡Está Muerto! Alguien con un golpe en el pecho le despertó, encontrándose esta vez en el suelo junto a su cama. Tenía miedo de volver a dormir y revivir otro incidente espantoso.
Se levantó de nuevo, abandonó el dormitorio y comenzó a vagar sin noción del tiempo ni de la distancia, el poderoso mar parecía envolverlo y quiso nadar un poco para calmar los recuerdos que lo atormentaban. Pero todo no salió como él quería, esa noche el mar que él tanto amaba no le soltaría más.

El cuerpo de Machi nunca fue encontrado, el mar no lo devolvió. Sus familiares sólo velaron su ropa, y aún permanece en su vieja casa el retrato que un día se tomó frente a su club vistiendo de corto con el polo celeste de su Miramar querido. Dicen los vecinos que en noches de luna llena desde lo alto de la Manchurria, ven caminar en la arena una sombra que se pierde lentamente en las frías aguas del mar.

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