Reencuentro consigo mismo

Reencuentro consigo mismoGambini Vega, Ronal
En un jardín alejado de la población, se podía contemplar la parcela más perfecta; en ella había las flores más hermosas y desconocidas y muchísimos árboles con frutos de inigualable sabor; era el centro favorito de recreación de todos los niños que vivían en la cercanía.
Años atrás, una planta muy rara empezó a crecer cubierto de espinas, aun cuando era pequeño, de casualidad los niños se hincaban con sus aguijones, llorando empezaban a destrozar su tan delicado tallo, y así fue pasando el tiempo, y como hierva mala supo vencer esa adversidad que cada año se repetía.
Cuando creció a una altura igual a la de los demás árboles, nadie le tomaba importancia, nadie se percataba de su existencia, se sentía muy triste al ver que los niños jugaban en los demás árboles, cogían su fruto y muchas cosas más. Esto encendía en él, una nostalgia interminable porque él estaba cubierto de espinas hasta las raíces y ni siquiera tenía fruto, se sentía realmente solo y no encontraba sentido a su existencia.
En una noche con el cielo despejado de nubes y cubierto de estrellas, el árbol se puso a contemplar tanta maravilla que a su alrededor y sobre él existía; cuando de pronto una estrella fugaz empezó a surcar por lo infinito del cielo. El árbol con gran emoción se quedó sin palabras y sólo le quedaba contemplar aquella luz destellante como en un sueño de fantasía. La estrella se percató de tal atención que le brindaba el arbolito, y le dijo:

—Ya que me ves con tanta simpatía, te concedo tres deseos, uno en cada año.
Un poco temeroso el árbol contestó:
—Sólo quisiera tener hermosas flores y deliciosos frutos. —Y la estrella muy complaciente dijo:
—Bien, para el siguiente año tendrás las flores más hermosas y los frutos más deliciosos; pero como tú eres especial, el próximo año volveré a pasar y te concederé los deseos restantes.
Pasó el tiempo y en primavera del siguiente año, tan de repente el árbol empezó a florecer, ¡y qué florecer!, todos venían a contemplarlo, niños y adultos, de lejos y de cerca. Era el centro de todo y él sentía, que a los demás les interesaba su existencia, era la envidia de todos los árboles del jardín, era el más frondoso y el más colorido por sus bellas flores.
Pasó un corto tiempo y todas las flores empezaron a dar frutos. Uno de los asistentes había probado el fruto del árbol y afirmó que era la fruta más deliciosa y que no se comparaba a las demás que estaban en el jardín, y es más, ninguno de ellos alcanzaba a tener tan hermoso y delicioso fruto. Como la gente no podía coger ni un fruto porque en sus tallos encontraban espinas, empezaron a romper sus ramas para así coger y probar tal delicia. Las personas coincidieron con las palabras que aquel sujeto había comentado; pero no se conformaron con probar, sino que querían más y más; acabaron rompiendo todos los tallos donde se encontraba fruto alguno. El arbolito volvió a la tristeza porque en cada amanecer siempre había alguien que rompía sus entrañas. Así paso otra vez, de un mundo con fugaz alegría, a un mundo de lamentos y estragos.
En uno de esos días la estrella fugaz volvió a pasar iluminando el cielo y se percató de que el arbolito se encontraba entristecido, y le dijo:
—¿Qué pasó amigo, por qué estás así? ¿Acaso fallé con el deseo que me pediste el año pasado? —El arbolito contestó:
—No, no es eso, lo que pasa es que al principio todo era hermoso cuando sólo tenía flores, pero cuando tuve frutos todos querían, y como no podían coger hicieron lo peor. —Muy asustado la estrella preguntó: ¿Qué?
—Empezaron a romper todos mis tallos para poder coger mis frutos, y al final, como vez, me dejaron así. La estrella le dijo para animarlo:
—Bueno, como tienes tres deseos, ¿cuál sería el segundo?
Respondió el arbolito:
—Quisiera no tener espinas y que mis tallos tengan la suavidad de la seda. La estrella aceptó y se despidió hasta el siguiente año.
Llegó la siguiente primavera y cuando el arbolito empezó a florear, todos venían a contemplarlo como el año anterior, pero como ahora no tenía espinas, subían y cogían cuantas flores deseaban coger y como su tallo era tan delicado como la suavidad de la seda, se iba rasgando con cada pisada que daban al subir. El tormento se hizo notorio para el arbolito, cogieron tantas flores que no dejaron madurar ni un fruto, y como tenía un tallo demasiado suave y sin espinas, todos, absolutamente todos se fueron rompiendo y al final quedó con el alma desgarrado y con todas las ramas retorcidas, y una vez más decepcionado de sus deseos.
Y por última vez apareció la estrella por estos surcos para conceder el último deseo del arbolito. Cuando lo encontró, lo vio tan desganado y no hubo manera de calmarle esa tristeza, y le dijo:
—Cuál es tu último deseo mi gran amigo, recuerda que de lo que me pidas hoy, así quedarás por el resto de tu vida. Y el arbolito respondió:
–No quiero vanidad ni fruto ajeno, porque entendí que no nací para ello, sólo quiero que me regreses tal como era al principio. La estrella le concedió su deseo y se marchó para siempre.
Todo volvió a ser como antes, el árbol lleno de espinas, sin fruto alguno, y sin que nadie le dé importancia en aquel jardín alejado de la población, donde se podía contemplar la parcela más perfecta, y donde había las flores más hermosas y desconocidas.

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