Isaac Salazar León


Por: Judith Canales 

DEDICATORIA


Van estas páginas, en primer lugar, dedicadas a la memoria de mi Padre, mi papá, mi amigo, mi maestro y mi guía. Al gran intelectual, el extraordinario ser humano, el inolvidable Isaac Salazar León, con quien tengo una deuda de gratitud eterna por haber forjado en mí todos aquellos valores que me han permitido pulir algunos de mis innumerables defectos y por el innegable amor que me tuvo casi desde nuestro primer “encuentro”.
Y antes de continuar, debo decir que la mayor razón para que mi primera y principal dedicatoria sea para mi papá Isaac, es porque, aunque no fue mi padre biológico, él fue el único padre que tuve. Por él soy lo que soy, y podría haber sido muchísimo mejor si lo hubiera escuchado siempre, si hubiera aprovechado mejor mi tiempo y terminado la carrera que empecé. ¡Va en tu Honor Padre amado!

A mi madre, la hermosa, inteligente, valerosa e indomable mujer, vencedora de mil batallas, que me legó sólo algo de su temple pues creo que ninguna de sus hijas tuvimos la suerte de heredar su tremendo coraje y espíritu de supervivencia incomparables. A mi madre, la inseparable compañera, la amante esposa y el ancla perfecta para mi romántico e inquieto padre para ti Ana Graciela Arris Ayala de Salazar, con todo mi amor y arrepentimiento por las muchas veces que no supe comprender tu disciplina, fruto de tus terribles experiencias y tus temores respecto a mi futuro.

A mis hermanas Catalina Aracelli Salazar Arris de Burell, Carmen Irasema Salazar Arris, Rolando Salazar Oliva y Rosa Etelvina Ramírez Oliva de Diaz, en nombre del cariño y de los años compartidos al calor del hogar de nuestra niñez y juventud. Sé que aunque la vida nos ha llevado por diferentes y distantes caminos, los lazos que se tejieron bajo el ejemplo viviente del amor de nuestros padres han de mantenernos siempre cercanas aún a pesar de la distancia y de nuestras naturales diferencias para ustedes que siempre, siempre, están en mi corazón.
A propósito del cariño y la comprensión, me he atrevido a escribir estas memorias tomando en cuenta lo que, al decir de ustedes: “Es lo más lógico, porque eres la que más disfrutó y aprendió sus enseñanzas”. Yo creo que esto fue, principalmente, por la diferencia de edad entre nosotras.

A mi tío Raúl, tan querido y recordado siempre con mucha gratitud por mi parte y siempre en memoria del inmenso cariño que papá Isaac le guardaba.
Dedico también estos pocos recuerdos familiares (porque la historia completa sería demasiado larga) a mis hijos y a mis nietos con la esperanza de que, en ellos, encuentren el por qué, muchísimas veces, los lazos del amor son mucho más fuertes que los lazos de la sangre y también por qué, cuando el amor es verdadero, no existe tiempo, distancia o muerte que puedan romper sus dulces cadenas. Creo que es muy importante saber tejer esos lazos entre los miembros de las familias ya que sólo aquellas que se conserven unidas y en cuyo seno reinen el Amor a Dios y la fe en El, en primer lugar, y el amor, los valores morales, la confianza y la solidaridad entre cada uno de sus integrantes, podrán vencer cualquier adversidad y encontrar un ancla que los mantenga firmes aún ante el embate fiero de la más terrible tempestad.

Adicionalmente, sin pretenderlo pues no estaba considerado en mi proyecto inicial, conocerán también algo de su genealogía.
Van pues estas cortas historias como un legado de infinito amor para Natalie, Cynthia, Carlo y Andrés, mis hijos, mis únicas joyas, mis más preciados tesoros, mi mayor orgullo.
También para mis nietos: Bianca, Camila (la “preguntona curiosa” que siempre está queriendo saber cómo era abuelito Isaac y cómo fue la historia de amor entre él y abuelita Graciela), Destinie y Ana, Nicolas, Angelo, Gian Lucca y Sebastián y Fabrizzio, los nueve regalos maravillosos que Dios, en su infinita misericordia me permite disfrutar en forma personal de tiempo en tiempo, para mantenerlos siempre cerca, más cerquita del corazón y gracias a sus padres: Natalie y Leoncio, Cynthia y Javier, Carlo y Tanya , Andrés y Ruth.

Finalmente, como corolario de mis dedicatorias, van mis saudades dedicadas a mi Albe, mi amado esposo, mi amigo y compañero de tantos años, mi fan número uno, mi mayor apoyo, el que me ha alentado constantemente para que terminara esta loca aventura de mi incursión “literaria”, haciéndose, muchas veces, cargo total de la casa, especialmente de la cocina, para que yo me dedicara a escribir, corregir, volver a escribir y corregir incontables veces mis borradores o hacer llamadas, hurgar en mis recuerdos, etc.
Ha sido, también, el oído atento, el crítico cariñoso y siempre respetuoso, mi “diccionario de sinónimos” cuando la tensión me bloqueaba el “banco de datos”; el de los masajes en el cuello y las frotaciones en las manos para que pudiera continuar con mi propósito.
Gracias mi amor por estos cuarentaiséis años de ardientes veranos, dulces primaveras y algunos tristes inviernos que nos han conducido a este otoño sereno que parecía la etapa final de nuestra existencia, pero que nos viene demostrando que los ciclos estacionales continúan renovándose, incontables veces, en la vida de aquellos que se aman verdaderamente.

Por todas estas bendiciones que Dios me regaló sin que yo lo mereciera, digo, con profundo sentimiento, ¡Gracias a Dios y a la Vida que me han dado tanto!

Introducción.

Debo ser sincera y confesar que mi primera y real intención era escribir una semblanza de mi padre al recordar, en el 2013, el primer centenario de su nacimiento. Sin embargo, mis problemas de salud, aunados a una temporal depresión, fueron dilatando el tiempo en que yo anhelaba lograr mi cometido. Otro factor en contra fue el que, conforme avanzaba buscando en mis recuerdos, comprendí que, para mí, no había forma de desligar la vida de papá Isaac de la vida de mi madre ni de la mía.

Han transcurrido casi cuatro años desde que guardé mis borradores pensando que había fallado en mi deseo pues nunca lograría mi objetivo, pero creo que, a Dios gracias, llegó un nuevo despertar para mi espíritu y decidí continuar escribiendo la historia de la vida y del amor de mis padres y su influencia en la vida de sus hijas.
Sin embargo, debo confesar que, ante el súbito temor que me asalta a veces de que quizá cualquier día la memoria no responda más a mi llamado o que mi vida termine en forma inesperada y ya no tenga modo de dejarle a mis nietos (especialmente a Camilita, que siempre me está pidiendo que le escriba la historia de cómo empezó la historia de amor entre Papi Albe y yo, pero creo que eso lo haré en capítulo aparte para ella) un poco de la historia personal de sus abuelos y bisabuelos, decidí que, como San Martín de Porres, juntaría a “perro, pericote y gato” en un solo escrito. Por lo tanto, no esperen un relato estrictamente cronológico puesto que es probable que algunas referencias a determinado momento de la vida de papá vayan seguidas de algún relato familiar ligado a tal o cual fecha.
Gracias por su comprensión e indulgencia para esta loca idea mía que espero terminar antes del 105 aniversario del nacimiento de mi padre.

Huacho, 13 de junio de 2018

Memorias de Mi Padre, Don Isaac Salazar León

Cuando aquel 13 de noviembre de 1991, estando en la ciudad de Hayward, California, una llamada de mi hermana Ari me enfrentaba a la triste noticia del fallecimiento de nuestro padre, un terrible y punzante dolor me atenazó el corazón. Cuando le devolví la llamada aquella noche, ambas lloramos “abrazadas”, a través de la distancia, la partida de aquel gran ser humano, caballero noble, generoso, honesto y culto, pero, sobre todo, el eternamente enamorado y amante esposo, el Papá severo pero engreidor, galante y amigo de sus hijas y finalmente, el abuelo doblemente engreidor y juguetón, pero renegón también cuando “flojeábamos” un poco, que supo inculcarnos, con su ejemplo, los valores y aspiraciones que han marcado nuestras vidas.

Aquel día, Albe y yo volvíamos a casa luego de haber pasado casi nueve horas buscando, inútilmente, trabajo para mí. El fue mi primer y dulce apoyo pues no me consolaba el hecho de haber conversado dos días antes por teléfono con mi padre y, aunque no respondió a ninguna de mis palabras, dicen mis hijos que él sonrió y movió los dedos como si comprendiera todo lo que yo le decía. Han pasado ya casi 27 años de su ausencia y continúo cargando sobre mis hombros la terrible sensación de haberle fallado aquel día como lo hice algunas otras veces.

Le había prometido volver en dos meses y aún estaba aquí, tratando de encontrar trabajo para poder ayudar a Albe, que estaba teniendo problemas de salud, y así poder mejorar la situación de la familia en Perú. Continuaba aquí y no vislumbraba la posibilidad de lograr mi cometido a corto plazo debido a la crisis económica que atravesaba el país y “amarrada” también por la fecha en que podría usar el pasaje liberado que mi ex jefe en Lan Chile (el nombre de LAN en aquel entonces) me había concedido al término de mi contrato con la compañía, debido más que todo, a la incertidumbre política y laboral que se presentaba al término del gobierno de Alan García Pérez y el comienzo del mandato de Alberto Fujimori.

Para mí, él nunca se fue. No está inmovilizado en una tumba; por eso me niego a ir al cementerio, porque él siempre fue un alma libre y de pensamientos libres; él odiaba las cucarachas, y en los cementerios hay muchas (punto y coma) él quería descansar a las faldas del cerro San Jerónimo ése era su sueño. Él estuvo siempre con su Gracielita (quien, a sus 93 años, se había olvidado casi de todos, pero seguía pronunciando su nombre completo y hablando de su cariño, de cómo él la estaba esperando. Y está con sus hijas y sus nietos ya que está siempre presente en cada acción nuestra realizada en base a su legado de honestidad, coraje y valoración personal por eso no iré jamás al cementerio y cada día que lo recuerdo le dedico siempre uno de nuestros versos favoritos:

No son muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fría,
muertos son los tienen muerta el alma
y viven todavía.
No son muertos, no, los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.
La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay muertos que en el mundo viven,
y hombres que viven en el mundo muertos.

Autor: Antonio Muñoz Feijoo.

Pero, ¿quién fue Don Isaac Salazar León? He aquí un resumen de los hechos más saltantes en la vida de mi padre.
Papá nació en el distrito de Sayán, de la actual provincia de Huaura; Sayán es un bello y hospitalario pueblo de la sierra limeña. El clima sayanero es tan cálido como sus habitantes, por eso Sayán es conocido como la tierra del eterno sol.
Y fue allí, en Sayán, en la casa familiar de la calle Comercio, donde Isaac vio las primeras luces de la vida el 19 de octubre de 1913.


Fue su padre Don Manuel Salazar Cárdenas (hijo del ciudadano chino Chong Joy Ajoy o, su nombre peruano, Antonio Salazar, y de Remigia Cárdenas Girón), músico ejecutor del clarinete requinto, trenzador de riendas para caballos y, finalmente, sastre de oficio, además de distinguido ciudadano y autoridad imparcial y justa las veces que ejerció el cargo de Gobernador. Su madre fue doña Catalina León Julca (hija de Don Hermenegildo León Conejo y de Doña Escolástica Julca) dama virtuosa, gentil y muy caritativa.
Isaac fue el mayor de catorce hermanos: once hombres y tres mujeres. Desafortunadamente, doce de ellos, los intermedios entre papá y el último de los hijos, fallecieron a muy temprana edad pese al inmenso amor y prolijos cuidados de su madre. Es por eso que, cuando el 26 de julio de 1933 nace mi tío Raúl Vercingetorix, para papá fue como si hubiera nacido su propio hijo; lo cuidaba, lo llevaba con él a sus reuniones, paseos y a cuanto lugar podía.

Recuerdo a Sayán como un pueblo tranquilo, de límpido cielo, con sus calles cubiertas de baldosas y empedrados y su Pampilla (campiña) verdeada y hermosa como las más puras esmeraldas, llevando vida al Barrio de Catacumbas de tiempos idos. Viene también a mi memoria el recuerdo del excitante viaje en tren que, en cada ida o venida entre Sayán y Huacho, nos descubría algo nuevo en el camino y el juego de mi padre haciéndome creer que el traqueteo del tren era “su voz” diciendo: “mucha gente, poca plata, mucha gente, poca plata”. Luego, el histórico puente de la entrada, la gruta de la Virgen de Fátima que, bellísima y de dulce expresión, protegía al pueblo. Y el cristalino río donde se podían ver los apetitosos camarones “haciendo la siesta” al decir de un campesino. También la calle principal que iba recta hasta la Plaza Mayor camino al cementerio desde donde me fascinaba apreciar la belleza y majestuosidad del cerro San Jerónimo.

Inolvidable, también, es el abuelito Manuel, un caballero de rostro serio pero de espíritu alegre, como alegres eran las melodías que él silbaba desde que se levantaba y, especialmente, mientras cosía los ternos de sus clientes, hasta que alguien lo interrumpía para comprar alguna de las revistas que también vendía. Otras veces era interrumpido por algún amigo que pasaba a saludarlo o que necesitaba hacerle una consulta. Y algunas tantas veces, también, era distraído por algún residente del pueblo en busca de ayuda y consejo para saber cómo podía defender sus derechos por la vía legal. Para mí este recuerdo es muy hermoso pues abuelito Manuel, si bien era un hombre muy bueno, era, también, muy severo no sólo con los demás sino, principalmente, con él mismo y su familia.
Perduran también en mis recuerdos el sabor de la leche calentita y el pan serrano tan deliciosos y reparadores; la mantequilla y el queso tan puros y sabrosos; el olor de la leña ardiente cociendo la sopa y el guiso que despedían aromas apetitosos, reconfortantes e inolvidables. Debo reconocer que, si cierro los ojos, visualizo con absoluta nitidez la casa entera, incluida la tinaja de arcilla que filtraba el agua para beber. Aún “veo” el retrato de la abuelita Catalina, bellísima y de expresión muy dulce, presidiendo la sala y, cerca de él, el hermoso cuadro de un Ángel de la Guarda protegiendo a un niño con rostro de querubín. No sé aún por qué estas dos imágenes ejercían una cierta fascinación en mí.
Y cómo no recordar lo más tradicional del pueblo, sus famosos alfajores, los higos y las naranjas rellenas los melocotones y las paltas ¡Y los camarones! ¡hummm! ¡Qué delicias! ¡Se me hace agüita la boca!

Por último, cómo no rememorar la iglesia pintada de blanco, pequeña, hermosa, acogedora, y desde cuyo balcón papá Isaac recitó, el 7 de junio de 1924, a la edad de diez años, el poema de Abraham Valdelomar, “Oración A La Bandera”, mereciendo el elogio de todos los presentes por sus dotes de declamador que hicieron emocionar hasta las lágrimas a la gran mayoría de ellos y fue llevado en hombros hasta la Casa Municipal en medio del fervor patriótico de la gente del pueblo.
Cabe destacar que fue gracias a Doña María Concepción Barrenechea de Castillo, amiga de sus padres y en cuya casa papá pasó gran parte de su niñez, donde el pequeño Isaac aprendió a leer con “Cuentos” de Calleja, la novela “Genoveva de Bramante” y las obras de Alejandro Dumas. Doña María también le enseñó a declamar a la par que le brindaba el cariño de abuela que él no tuvo la suerte de conocer pues sus dos abuelas habían fallecido antes que él naciera. Además, Doña María, fiel a los principios feministas que había adoptado a través de las obras de Flora Tristán, George Sand, Dora Mayer de Zulen y Carmen Saco, fue consejera de la abuelita Catalina y su maestra de las nuevas ideas femeninas.

Isaac realizó sus estudios primarios en el centro escolar 422 del pueblo de Sayán, dirigido por el Pedagogo Raymundo F. Rueda Díaz. Sus grandes amigos, casi hermanos en su niñez, fueron, a decir de papá: “el inolvidable” César Ruiz Urbina; “el niño trabajador” Régulo Bustamante y “el inventor” Jorge Eliseo Jordán.
Por razones económicas, papá no pudo estudiar secundaria, por eso, ávido de conocimientos, leía cuantas revistas y libros le prestaban sus amigos. Algunos de sus ex compañeros de primaria viajaron a Lima para continuar sus estudios secundarios y volvían en la época de vacaciones; entonces papá, hambriento de saber, les pedía prestados los libros y cuadernos de sus clases y los acribillaba a preguntas sobre los cursos que llevaban. Fue así como, en forma autodidacta, fue adquiriendo sus conocimientos.
En su época juvenil, sus amigos más cercanos fueron, según lo descrito por mi propio padre: “Alfredo López Romero, el hermano de ideales y lealtad; Eleodoro Ventocilla Cárdenas, el alentador de su desarrollo cultural; Bernardo Loncán Williams, el amigo de la lucha idealista; Lucio Gaviria Burlow, el amigo de la reflexión y el apoyo constante y Carlos Martínez Pasco, el entrañable compañero de la adolescencia y la juventud”.
A la edad de diecisiete años (1930) comenzó su labor como operario en la sastrería de su padre y trabajó con él hasta diciembre de 1947.

Como no podía ser de otra manera, dadas las circunstancias de la época, el inquieto Isaac también tuvo una intensa trayectoria política. En 1931 se fundó en Sayán el primer Comité Distrital del Partido Aprista Peruano y papá se incorporó a la vida partidaria. En 1933 fue elegido Secretario de Propaganda Electoral de la campaña para la elección de los representantes que fueron desaforados. Por esta causa sufrió detención y amedrentamiento para que detuviera su labor pero, al final, las elecciones no se llevaron a cabo.
Fue colaborador de los periódicos “El Heraldo” y “La Voz del Obrero” por varios años desde 1934. En 1935 fue co-fundador del periódico de corte revolucionario “La Alborada” en Sayán. También lo fue de “Germinal” en 1936, dirigido y alentado por la Juventud Aprista de Huacho. Colaboró en las revistas huachanas “Rutas” e “Inquietudes”; posteriormente lo hizo en los diarios «La Prensa», “El Imparcial”, “La Verdad” y “Ahora”, de Huacho, desde 1950 a 1989 y, en Barranca, en “La Voz de la Zona”.
En su adultez, según su propia confesión, sus grandes amigos fueron: “Leonardo Nava Ipinze, conversador y polemista. Abel Carriquirí Larrabure, su protector laboral. Manuel Torres Silva, compadre y fiel amigo. Javier Pulgar Vidal, estimulador cultural. General E.P. Luis Ramírez Ortiz, reconocedor de mis valiosos aportes históricos. General G.C.P. Carlos Montoro Maldonado, justiciero y leal amigo. Dr. Fernando Gamio Palacios, generoso estimulador de mi inquietud patriótica a favor del Prócer Don José Faustino Sánchez Carrión y Don Celestino Saavedra Beteta, el más humilde y sencillo de mis amigos”. Y yo agrego que el tío Manuel Torres y Don Celestino Saavedra, fueron los más leales hasta el final de sus días.

En el año 1940 se vinculó, en Huánuco, con el compañero aprista Ezequiel Sánchez Soto y con el Dr. Javier Pulgar Vidal quien más tarde se integró a la causa partidaria. Colaboró en la campaña culturizadora que realizó la juventud huanuqueña y que respaldaron los compañeros Miguel de la Matta y el compañero Cornejo, entre otros. En eventos de otra índole mantuvo contacto con los compañeros Néstor Martos de Piura, Nicanor De La Puente de Chiclayo, Ventura de Cañete, Zúñiga de Apurímac, Sergio Quijada Jara de Huancayo. Del mismo modo tuvo vinculación con el compañero Genaro González Flores y el Doctor Justo Fernández Cuenca en Huaraz, manteniendo en todo momento en vigencia el credo partidario. Colaboró ampliamente con el compañero Enrique Chirinos Soto (a quien había conocido en el Congreso de Periodistas de Arequipa cuando éste no era aprista aún) en las elecciones que lo llevaron a ser representante de Lima ante el Congreso. Amigo y compañero de Roberto Martínez Merizalde y de Pablo Silva Villacorta, mantuvo solidaria posición con ellos en la labor radial del primero y el trabajo dentro del Concejo Provincial de Chimbote del segundo, cuando el ingeniero Balcázar era alcalde de esa ciudad.

En diciembre de 1942 sale a la luz la obra literaria y costumbrista “Chancay Provincia Nuestra”, obra de la que papá Isaac fue co-autor junto con los destacados intelectuales de la provincia, señores: Luis Chávez Reyes, Hermógenes Colán Secas, Pedro Guillermo Fonseca, Alfredo López Romero, Isaías Nicho Rodríguez y Jorge Ortiz Dueñas. Esta obra fue muy bien acogida en la Provincia y colmó de prestigio a sus autores. Para mí, el mérito de papá es enorme dado que él carecía de los estudios superiores que ostentaban los demás escritores.
El año 1944 Isaac fue encomendado, personalmente por el Secretario Nacional de Organización del Partido Aprista Peruano Dr. Melchor Lozano, para que organizara el Frente Democrático Nacional en el distrito de Sayán. Realizó esta labor con probada eficiencia pues llevó a sus miembros al Concejo Distrital en la Junta Transitoria. El mismo año de 1944 conoce, en el pueblo de Churín, a Don Abel Carriquirí Larrabure, director gerente de A. & F. Wiese, Lima, entablándose entre ellos una cordial amistad por la generosa acogida y amena compañía de papá; tanto así que, de regreso a Lima, correspondiendo a sus atenciones, Don Abel le envía al pueblo, como obsequio, un lote de libros.
En enero de 1946, luego de repetidos ruegos y antes de exhalar su último suspiro, la abuelita Catalina, su madre, le hace prometer a papá que él dejará el pueblo de Sayán e irá en busca de nuevos horizontes… promesa que él cumplirá, recién, más de un año y medio después. Es así que, en setiembre de 1947, papá va en busca de Don Abel Carriquirí Larrabure y le solicita que lo oriente para conseguir una ubicación laboral. El generoso caballero le pide al Jefe de Personal de la firma A. & F. Wiese, que le tome unas pruebas que incluían temas referidos a su experiencia laboral y su conocimiento acerca de los productos que se vendían en la casa Wiese (clavos, tornillos, motores, etc.) pese a que papá le había confesado su total falta de experiencia en el ámbito laboral y, por si esto fuera poco, también su militancia y trayectoria aprista. Isaac pensó que todo estaba perdido, peor aún cuando ante una pregunta un poquito burlona del Jefe de Personal, papá respondió: “Por mis venas corre sangre china, negra e indígena, sangre de tres razas sometidas o esclavizadas, pero yo no soy servil” ¡la catástrofe!  Pero, como los designios del Señor son inescrutables, Don Abel Carriquirí dispuso que papá tomara tres meses de capacitación, en la Casa Matriz de Wiese en Lima y el 2 de enero del año 1948, a la edad de 34 años, Isaac ingresa a trabajar para la firma A. & F. Wiese, en la sucursal de Huacho, como vendedor. En poco tiempo, gracias a sus habilidades para las ventas aunadas a sus cualidades personales de honestidad, fidelidad y su enorme sentido de responsabilidad, llegó a ser Jefe de Ventas de la referida sucursal.

Establecido en Huacho a partir de 1948, asistió, en compañía de Don Alfredo López Romero, a la reunión clandestina en la que se acordó editar un Catecismo Aprista e intensificar la resistencia a la dictadura del General Manuel A. Odría. Durante esta etapa alentó, propagó y fue miembro de diversas instituciones culturales tales como “Apiachi” y “Avatar” que llevaron a cabo intensa labor cultural de gran impacto en la ciudadanía huachana y en las que también realizó, veladamente, labores partidarias.
A sus treintaicinco años, en la plenitud de su madurez, Isaac era un hombre muy apuesto y varonil; de estatura mediana y cuerpo delgado. Tenía el porte muy elegante, pese a que no era afecto a las modas o convencionalismos que imperaban en su época. Su piel era ligeramente bronceada y el fino cabello ondulado se prolongaba hacia la frente en un coqueto “clavito” que era bastante atractivo, especialmente para las mujeres. Sus cejas medianamente pobladas daban marco a sus brillantes ojos tenuemente rasgados y de chispeante mirada. La nariz era ligeramente ancha. Sus labios finos pero sensuales estaban muy bien delineados y al abrirse en la amplia sonrisa que lo caracterizaba, iluminaba la vida de aquellos que acudían siempre a él en busca de un consejo o cualquier otro tipo de apoyo. Como corolario a todos estos atributos, estaban su agudeza mental, su locuacidad, su vasta cultura y la innata galantería que lo distinguió siempre.

Es en ese preciso momento de su existencia que papá Isaac llegó a mi vida cuando yo tenía tres meses de edad. Decía él que lo nuestro fue un “amor a primera vista” Claro que también fue a primera vista que quedó prendado de la risa de mi madre.
Mi madre era una joven muy hermosa, dicen mis tías que era preciosa y que parecía una artista de cine. Bueno, en honor a la verdad, las fotografías (no existía el photoshop en aquella época) así lo demuestran.
Gracielita tenía el cabello ligeramente ondulado, castaño, bastante fino y era un deleite cuando lo peinaba alto acentuando su natural donaire. Su piel era suave y sonrosada. Tenía el rostro saludable y ligeramente ovalado en el cual destacaban las arqueadas y pobladas cejas que daban sombra a sus grandes ojos de mirada profunda y coqueta al mismo tiempo. Su nariz era perfecta y parecía robada a una de las diosas griegas. Sus labios sonrosados y carnosos, eran bellos y sensuales. Tenía el porte altivo, supongo que heredado de sus ancestros paternos y era imposible que su presencia pasara desapercibida en lugar alguno, especialmente cuando los arpegios de su risa naturalmente coqueta y delicada irrumpían el ambiente.

Casi a finales de 1948, minutos antes de conocer a mi madre, papá Isaac tiene su primer encuentro conmigo cuando, al ir a desplomarse en la cama que solía usar cuando llegaba a Huacho y se alojaba en casa de sus amigos Bernardo  y Olga, se da cuenta justo a tiempo para no aplastarme, que yo dormía plácidamente en la misma cama. Salió inmediatamente a la sala donde los invitados al cumpleaños de Doña Olga se divertían bailando, para averiguar por qué estaba yo en «su cama» y comentar el riesgo que había corrido yo, de ser dañada si toda su humanidad se hubiera desplomado sobre mí. Doña Olga le respondió que nadie esperaba que él llegara esa noche y que, por esa razón, mi madre me había puesto a dormir allí. Cuando le señalaron quién era mi madre, él quedó prendado de su risa dulce y coqueta según sus propias palabras. Nos contaba papá que, a partir de entonces, trató de evadir un nuevo encuentro con ella porque sentía temor de las inquietudes que Gracielita despertaba en él; pero el destino estaba escrito y dondequiera que iba coincidía siempre con ella: en la playa, en el cine, en casa de algunos amigos comunes, en fin, como si se hubieran puesto de acuerdo para ello o alguna fuerza misteriosa los empujara a estar siempre cerca uno del otro. Así, poco a poco, haciéndose confidencias de las gratas e ingratas experiencias de sus vidas, dieron inicio a una sólida amistad que duró hasta la muerte el amor llegó después de algunos meses y decidieron unir sus vidas hasta que la muerte los separara… y así fue y aquel 13 de noviembre de 1991, programaron una cita para continuar su historia de amor en la eternidad, cita que ella no olvida pues, cuando hemos conversado alguna vez, varios meses atrás, me decía que él era el amor de su vida, el que siempre la cuidaba y la hacía feliz, el que ella amaba aún y que la estaba esperando para volver a vivir juntos.

Lo que papá admiraba más en mi madre era su espíritu indomable y su tenacidad, como, por ejemplo, aquella con la que se empeñó en aprender a leer y escribir por sí misma copiando palabras de los diarios y preguntando a las personas cómo se leían éstas hasta que logró su objetivo. También era digna de admirar su discreción, del mismo modo que lo eran su garbo y el señorío de su porte. Por añadidura, seductora era, también, esa innata coquetería que dibujaba siempre su sonrisa. Gracielita, como la llamaban siempre mi papá y Alberto, fue para Isaac su remanso, su alegría, su compañera fiel, su consejera, y su gran orgullo, porque siempre destacaba en todas las reuniones periodísticas o partidarias a las que acudían juntos y donde ella hacía gala de su característica gracia y agudeza mental. Mamá “bebía” de la inagotable fuente de conocimientos que tenía mi padre y, por eso, con su inteligencia superior, podía desenvolverse “como pez en el agua” en estos eventos.

Cuando Isaac y Gracielita decidieron unir sus vidas, yo fui como la fresita que corona el pastel. Fui niña amada, engreída y bien cuidada. Supe por mi madre y por mis tías que, como yo sufría de los bronquios, papá solía levantarse varias veces en la madrugada para cambiarme los pañales de modo que no permaneciera mucho tiempo mojada y que eso pudiera afectar mi bronquitis. También se preocupaba mucho por mi alimentación pues yo era muy inapetente y trataba de sobrealimentarme con los diferentes tónicos que había a disposición, hasta que un día, casi a los cinco años de edad, descubrí que lo único que me apetecía comer eran los cuyes y entonces decidió que tenían que criar cuyes en la casa. ¡Ese era mi padre! pendiente siempre de mis cuidados. En aquellos años él tuvo que viajar varias veces debido a su filiación periodística y cada vez que regresaba a casa me traía una muñeca o algún otro juguete fino como recuerdo de los lugares que había visitado, pero casi siempre se molestaba conmigo porque yo los guardaba cuidadosamente para cuando naciera mi hermanita y reemplazaba esas finuras por corontas de maíz o tablas de lavar ropa a las cuales vestía y daba nombres como si fueran muñecas. También traía, para mi madre, regalos y parte de los bocaditos que comía en los congresos a los que asistía, para que ella supiera cuánto la había extrañado durante aquellos días de ausencia.

Mis padres siempre tuvieron abiertas las puertas de su casa para recibir a los amigos y familiares. Si alguno de ellos necesitaba alguna ayuda especial, podían contar con ella en todo momento.
No recuerdo exactamente en qué año llegó a estudiar a Huacho mi tío Raúl. También lo hicieron, un grupo de jóvenes hijos de algunos amigos de papá que vivían en Sayán. Papá fue, para todo este grupo de juveniles promesas, un maestro, un consejero y yo diría que casi un padre pues prácticamente fueron tratados como hijos en lugar de pensionistas. Digo esto porque mis padres los cuidaban y atendían cuando estaban enfermos, les llamaban la atención cuando cometían algún error y los apoyaban siempre en sus proyectos. Papá Isaac era, además, consejero de sus lides amorosas.

En adición a todo esto, papá tenía siempre “invitados-pensionistas” de desayuno, almuerzo y/o comida, a algunos de los cuales había que ir a recoger a sus casas cuando tardaban en llegar por si acaso les hubiera podido ocurrir algo malo. Algunas de estas magníficas personas fueron Don Agustín González, anciano jefe de redacción del diario “El Imparcial” de Huacho. Doña Josefina, distinguida dama que en su vejez vivía sola porque sus hijos trabajaban en la capital; en correspondencia, ella le dio algunas clases de
repostería a mi mami. Don José Huerta, famoso escultor que vivió muchos años en Europa y regresó bastante pobre y solitario; hombre sin familiares en Huacho, vivió por un medianamente largo tiempo en dicha ciudad. Doña Angélica, mujer digna y trabajadora, de alegría contagiante, sumamente respetuosa y delicada que pasó un tiempo con nosotros en el Centro Social Chancay. La señora Armida  y su hijo Johnny, que vivieron algo más de dos años en nuestra casa. Y la señorita Francisca, destacada pintora huachana que pasó un largo tiempo, con nosotros, en el Centro Social Chancay. Hubo muchas más personas, tanto en Huacho como en Lima, que no puedo recordar en este momento pero que formaron parte de nuestro diario vivir ya fuera por muchos meses o por algunos días.

Una tradición instituida por mis padre, en Navidad y Año Nuevo, era la del desayuno con los trabajadores municipales encargados de la recolección de la basura en la ciudad. Sin importar a qué hora nos hubiéramos acostado la noche anterior, cada 25 de diciembre y 1º de enero, teníamos que levantarnos muy temprano para compartir la mesa del desayuno con los señores que mi papá salía a invitar. El salía a buscarlos y los hacía pasar al comedor. Ellos, muy tímidos y disculpándose por su vestimenta sucia, se lavaban las manos y disfrutaban el desayuno que era todo un banquete para ellos: pavo al horno, panetón, tamales, jamón del país, jamón ahumado, chicharrones fritos, chicharrón de prensa, aceitunas, mantequilla, chocolate caliente, etc. Pero esto no era lo principal, la razón de levantarnos temprano era que teníamos que atenderlos y sentarnos a la mesa a conversar con ellos pues, de otro modo, no sería un compartir sino una limosna. Para papá, el verdadero regalo para estos señores no era el desayuno en sí, sino el amor que mostrábamos poniendo atención a sus palabras, escuchando sus problemas o riendo con sus ocurrencias. Isaac terminaba recalcando que, aún cuando no éramos personas adineradas, no éramos tan pobres como para no tener algo para compartir, pues el amor no consiste en dar lo que nos sobra sino en compartir lo mucho o poco que tengamos. Otra enseñanza era que teníamos que respetar a las personas que trabajan arduamente para sostener a sus familias y no juzgarlas por su apariencia en el vestir.

Meses antes que yo cumpliera los cuatro años de edad, papá empezó a enseñarme a leer. Comenzó por hacerme describir las ilustraciones de los libros para niños e inventar historias a partir de allí. Luego, él leía en voz alta, dramatizando cada relato con el fin de mantenerme atenta y  ¡vaya que lo lograba! Así fui aprendiendo y  a los cuatro años ya leía muy bien. A los cuatro años y medio empecé a ir a la escuela de una amiga de mis padres y, antes de cumplir los cinco años, ya sabía, también, escribir y sumar. Gracias a mi padre nació mi pasión por la literatura; comencé mis mayores aventuras de lectora en serie a los 7 años de edad con el libro “Las Mil y Una Noches”, a la par que leía “La Historia Sagrada” de la editorial FTD. Continué con los 20 tomos del “Tesoro de La Juventud”, “Historia del Perú” y el “Compendio de Historia General” por G. Ducoudray, traducido al castellano por D. Mariano Urrabieta, en su sexta edición, impreso en París, en 1911 el cual, como no podía ser de otro modo, pertenecía a mi padre desde que él tenía diez años de edad. Fui lectora “viciosa” de las revistas “Billiken”, “Life”, “Fanal”, “Grandes Amores de la Historia Universal” y muchas otras publicaciones que escapan a mi memoria, aparte de los obligatorios diarios “La Prensa” y “El Comercio” de Lima y, a los doce años de edad empecé a ser la correctora de ortografía de algunos de los artículos que escribía papá. Según sus propias palabras, él “hizo de mí su mejor alumna”.

Continuando con los pasajes más saltantes de la vida de mi padre, llegamos al año 1956 en el cual participa en la reunión clandestina donde el compañero de partido Jorge Idiáquez anuncia, en casa del compañero Herrera, el retorno del Partido Aprista Peruano a la legalidad. Poco después, con la visita de Armando Villanueva del Campo, se conformó el Comité Provincial y papá salió elegido como Secretario de Política. También fue orientador y organizador del comité que postuló la candidatura del Doctor Hernando de Lavalle. Posteriormente reorientó el movimiento partidario que respaldó la elección del Dr. Manuel Prado Ugarteche conforme a las directivas recibidas del Comité Ejecutivo Nacional.

En determinado momento partidario recibió en su domicilio a los compañeros Ezequiel Ramírez Novoa, Jesús Veliz Lizárraga y Guillermo Carnero Hoke, cuyas temerarias apreciaciones y críticas no prosperaron entre la juventud de la provincia, donde el compañero Alfredo López Romero fue muy esclarecedor en su posición a favor de los lineamientos del partido y sus directivos. Asimismo, se rechazó la campaña emprendida por los ex compañeros Héctor Cordero Guevara y Juan Chang, entre otros, para formar el APRA Rebelde dentro del Comité Provincial. En 1940 participó en los Congresos de Periodistas realizados en Arequipa, Trujillo, Lima y Tacna; así mismo lo hizo en la Convención Estatutaria de Huampaní.

En julio del año 1958, Papá habla conmigo para explicarme que me amaba inmensamente pero que no era mi padre biológico. Con las lágrimas corriendo
por su amado rostro me explicó, a grandes rasgos, la odiosa verdad que llenó de amargura… y de rencor, largos años de mi vida porque empecé a dudar de su amor, a sentir celos de mis hermanas, a tornar mi dicha y seguridad en un tormento de amargura y mil inseguridades que duraron y dañaron, por mucho tiempo, mi existencia.
En enero de 1966, Isaac fue galardonado con la Medalla de Plata y Diploma de Honor del Concejo Provincial de Chancay por su “Dedicación A Las Letras y Amor a Su Tierra”. También le fueron otorgados Diplomas de Honor al Mérito del mismo Concejo Provincial, por los Alcaldes, señores Domingo Torero Arrieta y Raúl Meza Gamarra.

Ese mismo año de 1966, a la edad de cincuentaitrés años (como autodidacta por muchos años) afianzó sus conocimientos de métrica y castellano con la generosa ayuda del Doctor Jesús Elías Ipinze; de Historia del Perú e Historia Universal con el Profesor Alfredo López Romero y conocimientos de secundaria, con el apoyo del Doctor Octavio Moyante, gracias a quienes pudo obtener su título de Periodista Profesional en el Instituto Nacional de Periodismo Jaime Bausate y Meza, cuyo título está asentado en el tomo primero del mismo Instituto, folio 248 de fecha 31 de octubre de 1966 y registrado en la Federación de Periodistas de la Provincia de Chancay con el número 1013. Su Tesis fue «La Generación de 1930.» Todo un ejemplo de constancia y una prueba más de que nunca es tarde para aprender ni para realizar los sueños.

A finales de 1966, a pocos días de cumplir diecinueve años de labor en la Casa Wiese, ostentando el cargo de Jefe de Ventas (en dos oportunidades desempeñó también, en forma transitoria, la administración de la sucursal) renunció al trabajo antes de someterse a la humillación de ser despedido y contratado como nuevo empleado para evitar pagarle los beneficios laborales correspondientes al cumplimiento de sus 20 años de servicios en la mencionada empresa una de las tantas injusticias que se cometen a diario con los trabajadores en todas partes del mundo.

En julio del año 1970, papá se hizo cargo de la administración del Centro Social Chancay con sede en Lima. A la vez, fue socio calificado de la institución donde se desempeñó como Secretario en el período de los años 1974 a 1978. Desde este cargo orientó, en la citada institución, la incorporación, dentro de la recopilación de datos históricos de la Provincia de Chancay, el aporte de la investigación histórica realizada por el General E.P.
Luis Ramírez Ortiz, condensada en su obra mimeografiada titulada “Antecedentes Históricos de la Provincia de Chancay: Su Participación en la Gesta Emancipadora de Nuestra Independencia”. Papá Isaac colaboró con sus aportes periodísticos publicados en el diario La Prensa, de Lima, referentes a la Carretera Lima-Huacho-Churín-Oyón-Yanahuanca-Ambo-Huánuco-Tingo María y Pucallpa que, con el título de “Una carretera Imprescindible” sumó el tercer artículo que había escrito sobre el mismo tema. El primero de ellos fue publicado en “La Voz de la Zona” de Barranca y el segundo fue ganador del segundo premio en el Concurso de Periodismo en Huacho.

Papá estaba triste y algo resentido conmigo (su congoja asomaba para mí en indiferencia) pues tenía cifradas muchas esperanzas y sueños para mi futuro profesional. Me había casado embarazada, pero no era eso lo que le dolía en realidad, sino que vislumbraba que yo no culminaría los estudios universitarios que había iniciado en San Marcos y eso le dolía muchísimo más. También le dolía que no hubiera confiado en él en cuanto supe que estaba embarazada puesto que él siempre me había brindado la confianza de un amigo. Pero, lo que más dolor le causaba, era el que me fuera al encuentro de lo que él consideraba un futuro incierto en Huacho.

El día de mi partida, cuando iba a darle el beso de la despedida, me tomó por los hombros, me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Espero de ti lo mejor, que seas muy valiente y digna pues no quisiera saber que gritaste o que te desesperaste por el dolor que produce el parir porque… ¿Quién te mandó que quisieras, quién tu voluntad forzó? Conforme dijiste bueno, pudiste decir que no”. Me abrazó luego, muy fuerte, pero creo que se dio cuenta de que estaba emocionado y triste y se separó bruscamente de mí. Y así partí, revolviéndose dentro de mí aquel pasado odioso que cargaba aún después de tantos años y que afloraba cada vez que papá me trataba con dureza, aún cuando aquella era sólo el velo que cubría su desazón.
Cuando mis padres viajaron a conocer Nati, yo me encontraba maquillada, muy bien peinada y elegante con mi nuevo atuendo y mi mayor orgullo fue entregarle mi pequeño pañuelo totalmente perforado, cual si fuera un colador, como consecuencia de las miles y miles de veces que lo mordí antes de proferir un grito o soltar el llanto durante el proceso del parto. La obstetriz, que era amiga suya, lo felicitó por tener una hija muy valiente y él sonrió con ternura.
El año 1990, empieza a trabajar, invitado por el Dr. Javier Pulgar Vidal, en el ONERN. El proyecto era sacar a la luz un Diccionario de Plantas Medicinales del Perú.

Isaac fue invitado a ser candidato para una representación en el Congreso, pero jamás quiso aceptar ser parte de poder alguno pues decía que su libertad de pensamiento y de expresión podrían ser coartadas en aras de algún interés subalterno, como suele ocurrir casi siempre cuando se trabaja en las altas esferas del poder. No es que esto sea una ley tajante pero, desafortunadamente, suele ocurrir con demasiada frecuencia en todos los gobiernos del mundo.
 Murió siendo aprista porque su corazón no conocía de resentimientos ni venganzas, pero yo sí sentí profunda decepción por todos aquellos que, con las honrosas excepciones del Dr. Javier pulgar Vidal, Dr. Fernando Gamio Palacios, General G.C. Carlos Montoro Maldonado, General E.P. Luis Ramírez Ortiz, señor Manuel Torres Silva, señor Néstor Castañeda, señor Celestino Saavedra,  fueron sanguijuelas que usufructuaron de la generosa entrega de sus conocimientos (algunos de los cuales fueron burdamente plagiados) y jamás tuvieron la hidalguía de agradecérselo ni de reconocer su autoría.

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