A MEJOR VIDA / Cuento de Juan Benavente

A MEJOR VIDA

I

La tarde gris hacía buen rato que envolvía el panorama, cuando a lo lejos María inclinó la mirada y vio que su primo Miguel Sotomayor subía con dificultad la falda del cerro. Jadeando y sudoroso saludó a María quien, apresurada, lavaba ropa cerca al cilindro negro y brilloso recién adquirido.

- ¡Hola prima! ¿trabajando duro?
- Sí, pues, sino cómo. Mis ñaños ya están grandes y ya comen más.
- Bien. Ya sanó, Poncio el curandero, me lo ha curado en un dos por tres; no sé, pero a ese viejo horrible, le tengo fe.

Ligeramente ambos rieron, los ojos de Sotomayor recorrieron hasta donde el menor. A través del amorfo agujero de la cortina de hule que cubría su habitación rústicamente construida, mientras el niño con sus vivaces ojos siguió la imagen del tío.

- ¡Hola panzoncito! – Se acercó. Su grueso pulgar resbalaba por el rostro suave del bebé, hasta que éste le tomó con sus manos e intentó meterse a la boca en señal de hambre. Sotomayor se hizo soltar y empezó el lloriqueo.



- Miguel, ya me lo has hecho llorar y ahora qué le doy, ya no tengo té.
- Oye prima, ¿hasta cuándo vas a estar así? Consíguete otro marido para que te mantenga y punto.
- Déjate de gracia. Yo sé cómo mato mis pulgas.
- María, anímate que la propuesta de la semana pasada sigue en pie.
- Ni loca, cómo voy a dar a mi hijo.
- Lo que te pierdes. Tu hijo se va al extranjero con una familia buena y sobre todo con dinero ¡con dinero! Mira cómo serán de buenos que han venido a nuestro país que está jodido, especialmente para llevarse un cholito. Allá lo van a tener como a un hijo.
- ¡Claro! Por lo que está jodido vienen aprovecharse pues. Ya veré cómo mantener a mis hijos. Y no me vuelvas a tocar el tema. ¿está bien? – Meditando fugazmente, propuso:

- Miguel, por qué mejor no le dices a una vecina mía que está desesperada y sus hijos no tienen qué comer – Sotomayor al escuchar la breve historia, de inmediato pidió que lo acompañara. Y desde un prudente lugar señaló dónde vivía la señora Aura. Sotomayor, caminó varios pasos. Luego, abruptamente se detuvo y retornó.
- Prima, tú que la conoces mejor me la presentas.
- Ay primo, sigues siendo un “pelotas” con las chicas. ¡Vamos!


María tomó la delantera y llegando frente a la puerta lo ubicó al costado de ella para sorpresa, ataviada de sutil alegría se saludaron. Sotomayor logró su objetivo de ser presentado, entablándose una amena conversación.

- Usted es el que trabaja en el Palacio. ¿No es cierto?
- Sí, así es.
- Cuántas veces he ido, pero a decir verdad no me han tratado bien.

Luego de la presentación, María los dejó hablando.

- Mi prima me contó que tú tienes varios niños, estás sola y no sabes cómo mantenerlos.
- No me digas que viene a ofrecerme trabajo. ¿Verdad?
- Este... trabajo, exactamente no; pero es algo que aliviará tu problema.
- ¿ De qué se trata? – Redondeó los ojos.

Sotomayor con muchos detalles sobre las ventajas, según él, le hizo saber la presencia de una pareja de extranjeros y que gustosa estaría adoptando al menor de todos, Martín.

Poco a poco logró entusiasmarla hasta que, viose obligado a invitarle una taza de hierba luisa. De sorbo en sorbo hablaba sobre el particular.

- Como ve usted el bebé y usted, saldrían ganando, porque soy conocedor de su situación y porque le dije a mi prima el favor que quiero hacer a gente necesitada.

Áurea, con los ojos humedecidos agradecía insistentemente que alguien se interesara de su particular situación.

- Muchas gracias, señor; pero no puedo hacer lo que usted me pide.
- ¿Qué quiere, que se muera de hambre o que sea feliz?

Mirando su reloj, dio los primeros pasos para retirarse; al despedirse pidió que pensara sobre la propuesta. Ella simplemente lo dejó ir, aunque dentro de su ser se tornaba una luz de esperanza para el dulce Martín.



II

Al pasar varias lunas, a Sotomayor se le ocurrió visitar por cuarta vez el lugar, pero ahora más decidido. Él se conocía, como buen palabreador, atarantador. No le podía fallar su plan. En el preámbulo, su prima le hizo saber que Áurea, llorando, pidió algunos centavos y aprovechó para aconsejarla que era lo mejor que le podría pasar y que contaba con el apoyo discreto de tan delicada decisión.

- Además le ha dado un poco de comida que sobró del almuerzo. Por primera vea primo, veo que estás haciendo una buena obra porque siempre te he temido, porque problemas nomás llevabas a tu casa. Hazla entender primito, tú sí puedes – Suplicándole, le presionaba el antebrazo como alguien que pide auxilio por solidaridad a favor de otro.

Meneó afirmativamente la cabeza y levantándose de la silla se despidió haciendo un guiño de triunfo descontado.

No tuvo necesidad de tocar la puerta del pequeño cuarto donde vivía Áurea porque estaba entreabierta, al notar la invasión de una escuálida sombra, salió.

- Usted señor Sotomayor. Buenas tardes, pase.
- Buenas, buenas tardes – Asumiendo un gesto por demás serio prosiguió –Mire señora, creo que habrá pensado bien y no deje escapar esta oportunidad. Dentro de una semana la pareja extranjera parte a su “Yunaites” ...desde que les conté sobre su niño, quedaron encantados e incluso hay algo que le va a agradar- se levanta, da algunos pasos a su alrededor y continúa - Estarían dispuestos a ayudarla.

Áurea, sigue escuchando en silencio. Lánguidamente rodea con su mirada la silueta de su providencial salvador, como misterioso bienhechor se dictaba para sí.

- Mire señor Sotomayor a mi hijita, la mayor, la voy a llevar al médico, si usted pudiera ayudarme por favor. Está mal, ahora la tengo en casa de una vecina caritativa, pero no todo le puedo pedir a ella, que es buena. ¿Me entiende?
- Está bien... a cambio de mi propuesta. Sabe que si yo quisiera soluciono el problema y tomo cualquier niño de la calle que hay a montones; pero es preferible de una madre conocida y sobre todo a quien se le da el apoyo. – Introduciendo la mano al bolsillo- ¿cuánto desea...?

- Cien mil intis.

- Eso y mucho más le voy a dar. Mire señora Áurea, sea práctica. La pareja de la que estoy hablando, está dispuesta a darle a usted quinientos dólares, ahora mismo. Se da cuenta, aparte que le solucionan el problema le están pagando, qué le parece. Mire si usted se decide voy y personalmente le traigo el dinero.

- ¿Cómo cuánto es quinientos dólares?

- Algo más de cinco millones de intis. ¡Cinco Millones de Intis!


Ella no salía de su asombro por la suma que escuchó. Fue donde el niño que entretenido jugaba con unas cajitas de medicamentos, lo alzó dándole varios besos. Martín sonrió, estampando sus expresivos ojos en el rostro de Sotomayor que percibió como un látigo inquisidor, él fingió acariciarlo con fulgor. Por último y ya dejándola sin alternativa planteó su propuesta con determinación.

- Aquí están los cien mil, como un adelanto. Vengo más tarde con lo que le ofrecí.

Áurea, no pudo decir palabra alguna, sólo que sosteniendo el billete, empezó a temblar cada vez con fuerza. Al quedar sola de inmediato corrió por su hija. Entristecida sabía que con lo que lavaba, apenas le alcanzaba para engañar al estómago, mas aun, cuando en las últimas semanas fue irregular su labor porque algunos vecinos le entregaban su ropa sin agregarle para el detergente y como ella no reclamaba, procedía sin considerar su perjuicio.

Podría decirse con seguridad que, Áurea, era como aquellas almas que nacieron para terminar siempre aceptando.



III


Las campanas de un viejo reloj de la catedral dieron las nueve, justo cuando en un taxi pasaron Sotomayor y la pareja extranjera con destino al populoso vecindario.

Uno de los menores al llegar a casa después de buscárselas, irrumpió.

- ¡Mamá! ¡mamá! El señor que estuvo aquí, viene con dos gringos. Están subiendo.

Áurea, cogió algunas cosas que estaban en el suelo, refunfuñando contra sus hijos por no mantener limpio el cuarto que ocasionalmente era sala, comedor, cocina y dormitorio.

Cuando salía con el paquete de papeles, ya ubicados frente a la puerta, estaban Sotomayor y la pareja extranjera. Ella cortésmente y con visos de nervios traicioneros, haciendo una venia, saludó. Sotomayor, dueño de la situación, se desplazaba con suma naturalidad, cogió al infante. Áurea, seguía con la mirada meditabunda, los movimientos de Sotomayor. Martín, sin decisión, miraba de un lugar a otro; en alguna forma le había impactado la presencia de los extranjeros.

- Tiene dos años...
- Ah... ¡excelente! – A su vez le traducía a su esposa el limitado diálogo que mantenía con Miguel.

La pareja cogió al niño para verlo de cerca, observándolo por doquier, mientas que Sotomayor comentaba a Áurea la envidia que él tenía al niño que se iba con los norteamericanos a mejor vida. - ¡Cuánta felicidad! –murmuró. Entonces la gringa dio su veredicto y haciendo una seña, Sotomayor encargó a Áurea que al día siguiente debería acercarse al Palacio de Justicia y que en calidad de secretario de juzgado, arreglado tenía ya la documentación de adopción.

La pareja se despidió contenta. Áurea extrañada observaba todo y ante la insistencia de Sotomayor más la presión económica y la ilusión, aceptó. La lógica de oferta y la demanda de éste funcionó, dada la experiencia en diversos casos que la Ley oculta cuando se maneja al compás del poder.

- Áurea te felicito, eres inteligente, haces bien al niño, tienes para matar al hambre y mayor que excepcionalmente solícito le hizo firmar un cerro de papeles, muchos de ellos sin leer su contenido porque mientas ella firmaba, él conversaba nutridamente mostrando a propósito poca importancia a lo que estaba haciendo en ese momento.
- Bien, ahora sí. – Con la documentación se retiró para luego regresar con uno solo, donde había un sello y la firma del juez. Diez minutos después aparecieron los esposos extranjeros. Sotomayor tomó al niño pulcramente vestido percibiendo el fresco olor de loción que inclusive había llegado hasta los zapatitos blancos; afanosa aún, Áurea terminaba acomodando su gorrita, mientras lo entregaba a la pareja extranjera que, dicho sea de paso, también firmó algunos papeles. Hecho que aprovechó Miguel Sotomayor, para tomar el brazo de Áurea, obligándola a alejarse al instante ya que le invitaba a recibir el sobre que contenía los quinientos dólares.



IV


A la semana de esta acción, Áurea no dejaba de asistir en horas de la tarde a la iglesia a pedir consuelo, comprensión, tranquilidad e inclusive agradecimiento.

Ahora en un fastuoso y lejano lugar, en una de sus casas de campo, la pareja extranjera y Martín, descansaban después del largo y agotado viaje. Por tercera vez el esposo tomó el teléfono y mirando insistente y nervioso su reloj, llamó.

- ¿Doctor Brown? ...ah –Suspiró- al fin... que bueno... Sí todo nos fue de maravilla... ¿Cómo dice? Ah sí.. así es... mucho más barato de lo que creí. ¿Cómo? ...mire. lo único que hice fue dar tres mil dolarillos a un tipito que se ofreció al enterarse del motivo de mi viaje y éste hizo lo demás sin ningún problema, demostrándome que tenía mucha experiencia en estos menesteres. Así es... Claro, entonces doctor, ahora sí. Por supuesto, ahora sí puede operar a mi hijo Franklin. Sí... ya tenemos pues los órganos que nos pidió y muy frescos.

Ambos con diabólica sonrisa miraron a Martín que plácidamente en la cómoda y ajena alcoba sumíase en su propio sueño angelical.







Juan Benavente / 1989
A MEJOR VIDA


I

La tarde gris hacía buen rato que envolvía el panorama, cuando a lo lejos María inclinó la mirada y vio que su primo Miguel Sotomayor subía con dificultad la falda del cerro. Jadeando y sudoroso saludó a María quien, apresurada, lavaba ropa cerca al cilindro negro y brilloso recién adquirido.

- ¡Hola prima! ¿trabajando duro?
- Sí, pues, sino cómo. Mis ñaños ya están grandes y ya comen más.
- Bien. Ya sanó, Poncio el curandero, me lo ha curado en un dos por tres; no sé, pero a ese viejo horrible, le tengo fe.

Ligeramente ambos rieron, los ojos de Sotomayor recorrieron hasta donde el menor. A través del amorfo agujero de la cortina de hule que cubría su habitación rústicamente construida, mientras el niño con sus vivaces ojos siguió la imagen del tío.

- ¡Hola panzoncito! – Se acercó. Su grueso pulgar resbalaba por el rostro suave del bebé, hasta que éste le tomó con sus manos e intentó meterse a la boca en señal de hambre. Sotomayor se hizo soltar y empezó el lloriqueo.
- Miguel, ya me lo has hecho llorar y ahora qué le doy, ya no tengo té.
- Oye prima, ¿hasta cuándo vas a estar así? Consíguete otro marido para que te mantenga y punto.
- Déjate de gracia. Yo sé cómo mato mis pulgas.
- María, anímate que la propuesta de la semana pasada sigue en pie.
- Ni loca, cómo voy a dar a mi hijo.
- Lo que te pierdes. Tu hijo se va al extranjero con una familia buena y sobre todo con dinero ¡con dinero! Mira cómo serán de buenos que han venido a nuestro país que está jodido, especialmente para llevarse un cholito. Allá lo van a tener como a un hijo.
- ¡Claro! Por lo que está jodido vienen aprovecharse pues. Ya veré cómo mantener a mis hijos. Y no me vuelvas a tocar el tema. ¿está bien? – Meditando fugazmente, propuso:
- Miguel, por qué mejor no le dices a una vecina mía que está desesperada y sus hijos no tienen qué comer – Sotomayor al escuchar la breve historia, de inmediato pidió que lo acompañara. Y desde un prudente lugar señaló dónde vivía la señora Aura. Sotomayor, caminó varios pasos. Luego, abruptamente se detuvo y retornó.
- Prima, tú que la conoces mejor me la presentas.
- Ay primo, sigues siendo un “pelotas” con las chicas. ¡Vamos!

María tomó la delantera y llegando frente a la puerta lo ubicó al costado de ella para sorpresa, ataviada de sutil alegría se saludaron. Sotomayor logró su objetivo de ser presentado, entablándose una amena conversación.

- Usted es el que trabaja en el Palacio. ¿No es cierto?
- Sí, así es.
- Cuántas veces he ido, pero a decir verdad no me han tratado bien.

Luego de la presentación, María los dejó hablando.

- Mi prima me contó que tú tienes varios niños, estás sola y no sabes cómo mantenerlos.
- No me digas que viene a ofrecerme trabajo. ¿Verdad?
- Este... trabajo, exactamente no; pero es algo que aliviará tu problema.
- ¿ De qué se trata? – Redondeó los ojos.

Sotomayor con muchos detalles sobre las ventajas, según él, le hizo saber la presencia de una pareja de extranjeros y que gustosa estaría adoptando al menor de todos, Martín.

Poco a poco logró entusiasmarla hasta que, viose obligado a invitarle una taza de hierba luisa. De sorbo en sorbo hablaba sobre el particular.

- Como ve usted el bebé y usted, saldrían ganando, porque soy conocedor de su situación y porque le dije a mi prima el favor que quiero hacer a gente necesitada.

Áurea, con los ojos humedecidos agradecía insistentemente que alguien se interesara de su particular situación.

- Muchas gracias, señor; pero no puedo hacer lo que usted me pide.
- ¿Qué quiere, que se muera de hambre o que sea feliz?

Mirando su reloj, dio los primeros pasos para retirarse; al despedirse pidió que pensara sobre la propuesta. Ella simplemente lo dejó ir, aunque dentro de su ser se tornaba una luz de esperanza para el dulce Martín.



II

Al pasar varias lunas, a Sotomayor se le ocurrió visitar por cuarta vez el lugar, pero ahora más decidido. Él se conocía, como buen palabreador, atarantador. No le podía fallar su plan. En el preámbulo, su prima le hizo saber que Áurea, llorando, pidió algunos centavos y aprovechó para aconsejarla que era lo mejor que le podría pasar y que contaba con el apoyo discreto de tan delicada decisión.

- Además le ha dado un poco de comida que sobró del almuerzo. Por primera vea primo, veo que estás haciendo una buena obra porque siempre te he temido, porque problemas nomás llevabas a tu casa. Hazla entender primito, tú sí puedes – Suplicándole, le presionaba el antebrazo como alguien que pide auxilio por solidaridad a favor de otro.

Meneó afirmativamente la cabeza y levantándose de la silla se despidió haciendo un guiño de triunfo descontado.

No tuvo necesidad de tocar la puerta del pequeño cuarto donde vivía Áurea porque estaba entreabierta, al notar la invasión de una escuálida sombra, salió.

- Usted señor Sotomayor. Buenas tardes, pase.
- Buenas, buenas tardes – Asumiendo un gesto por demás serio prosiguió –Mire señora, creo que habrá pensado bien y no deje escapar esta oportunidad. Dentro de una semana la pareja extranjera parte a su “Yunaites” ...desde que les conté sobre su niño, quedaron encantados e incluso hay algo que le va a agradar- se levanta, da algunos pasos a su alrededor y continúa - Estarían dispuestos a ayudarla.

Áurea, sigue escuchando en silencio. Lánguidamente rodea con su mirada la silueta de su providencial salvador, como misterioso bienhechor se dictaba para sí.

- Mire señor Sotomayor a mi hijita, la mayor, la voy a llevar al médico, si usted pudiera ayudarme por favor. Está mal, ahora la tengo en casa de una vecina caritativa, pero no todo le puedo pedir a ella, que es buena. ¿Me entiende?
- Está bien... a cambio de mi propuesta. Sabe que si yo quisiera soluciono el problema y tomo cualquier niño de la calle que hay a montones; pero es preferible de una madre conocida y sobre todo a quien se le da el apoyo. – Introduciendo la mano al bolsillo- ¿cuánto desea...?

- Cien mil intis.

- Eso y mucho más le voy a dar. Mire señora Áurea, sea práctica. La pareja de la que estoy hablando, está dispuesta a darle a usted quinientos dólares, ahora mismo. Se da cuenta, aparte que le solucionan el problema le están pagando, qué le parece. Mire si usted se decide voy y personalmente le traigo el dinero.

- ¿Cómo cuánto es quinientos dólares?

- Algo más de cinco millones de intis. ¡Cinco Millones de Intis!


Ella no salía de su asombro por la suma que escuchó. Fue donde el niño que entretenido jugaba con unas cajitas de medicamentos, lo alzó dándole varios besos. Martín sonrió, estampando sus expresivos ojos en el rostro de Sotomayor que percibió como un látigo inquisidor, él fingió acariciarlo con fulgor. Por último y ya dejándola sin alternativa planteó su propuesta con determinación.

- Aquí están los cien mil, como un adelanto. Vengo más tarde con lo que le ofrecí.

Áurea, no pudo decir palabra alguna, sólo que sosteniendo el billete, empezó a temblar cada vez con fuerza. Al quedar sola de inmediato corrió por su hija. Entristecida sabía que con lo que lavaba, apenas le alcanzaba para engañar al estómago, mas aun, cuando en las últimas semanas fue irregular su labor porque algunos vecinos le entregaban su ropa sin agregarle para el detergente y como ella no reclamaba, procedía sin considerar su perjuicio.

Podría decirse con seguridad que, Áurea, era como aquellas almas que nacieron para terminar siempre aceptando.



III


Las campanas de un viejo reloj de la catedral dieron las nueve, justo cuando en un taxi pasaron Sotomayor y la pareja extranjera con destino al populoso vecindario.

Uno de los menores al llegar a casa después de buscárselas, irrumpió.

- ¡Mamá! ¡mamá! El señor que estuvo aquí, viene con dos gringos. Están subiendo.

Áurea, cogió algunas cosas que estaban en el suelo, refunfuñando contra sus hijos por no mantener limpio el cuarto que ocasionalmente era sala, comedor, cocina y dormitorio.

Cuando salía con el paquete de papeles, ya ubicados frente a la puerta, estaban Sotomayor y la pareja extranjera. Ella cortésmente y con visos de nervios traicioneros, haciendo una venia, saludó. Sotomayor, dueño de la situación, se desplazaba con suma naturalidad, cogió al infante. Áurea, seguía con la mirada meditabunda, los movimientos de Sotomayor. Martín, sin decisión, miraba de un lugar a otro; en alguna forma le había impactado la presencia de los extranjeros.

- Tiene dos años...
- Ah... ¡excelente! – A su vez le traducía a su esposa el limitado diálogo que mantenía con Miguel.

La pareja cogió al niño para verlo de cerca, observándolo por doquier, mientas que Sotomayor comentaba a Áurea la envidia que él tenía al niño que se iba con los norteamericanos a mejor vida. - ¡Cuánta felicidad! –murmuró. Entonces la gringa dio su veredicto y haciendo una seña, Sotomayor encargó a Áurea que al día siguiente debería acercarse al Palacio de Justicia y que en calidad de secretario de juzgado, arreglado tenía ya la documentación de adopción.

La pareja se despidió contenta. Áurea extrañada observaba todo y ante la insistencia de Sotomayor más la presión económica y la ilusión, aceptó. La lógica de oferta y la demanda de éste funcionó, dada la experiencia en diversos casos que la Ley oculta cuando se maneja al compás del poder.

- Áurea te felicito, eres inteligente, haces bien al niño, tienes para matar al hambre y mayor que excepcionalmente solícito le hizo firmar un cerro de papeles, muchos de ellos sin leer su contenido porque mientas ella firmaba, él conversaba nutridamente mostrando a propósito poca importancia a lo que estaba haciendo en ese momento.
- Bien, ahora sí. – Con la documentación se retiró para luego regresar con uno solo, donde había un sello y la firma del juez. Diez minutos después aparecieron los esposos extranjeros. Sotomayor tomó al niño pulcramente vestido percibiendo el fresco olor de loción que inclusive había llegado hasta los zapatitos blancos; afanosa aún, Áurea terminaba acomodando su gorrita, mientras lo entregaba a la pareja extranjera que, dicho sea de paso, también firmó algunos papeles. Hecho que aprovechó Miguel Sotomayor, para tomar el brazo de Áurea, obligándola a alejarse al instante ya que le invitaba a recibir el sobre que contenía los quinientos dólares.



IV


A la semana de esta acción, Áurea no dejaba de asistir en horas de la tarde a la iglesia a pedir consuelo, comprensión, tranquilidad e inclusive agradecimiento.

Ahora en un fastuoso y lejano lugar, en una de sus casas de campo, la pareja extranjera y Martín, descansaban después del largo y agotado viaje. Por tercera vez el esposo tomó el teléfono y mirando insistente y nervioso su reloj, llamó.

- ¿Doctor Brown? ...ah –Suspiró- al fin... que bueno... Sí todo nos fue de maravilla... ¿Cómo dice? Ah sí.. así es... mucho más barato de lo que creí. ¿Cómo? ...mire. lo único que hice fue dar tres mil dolarillos a un tipito que se ofreció al enterarse del motivo de mi viaje y éste hizo lo demás sin ningún problema, demostrándome que tenía mucha experiencia en estos menesteres. Así es... Claro, entonces doctor, ahora sí. Por supuesto, ahora sí puede operar a mi hijo Franklin. Sí... ya tenemos pues los órganos que nos pidió y muy frescos.

Ambos con diabólica sonrisa miraron a Martín que plácidamente en la cómoda y ajena alcoba sumíase en su propio sueño angelical.


Juan Benavente / 1989

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