AMARU O LA TENTACIÓN

Libro de Samuel Cavero Galimidi

Fragmento del libro "Amarú o la tentación", novela que gira n torno a la destrucción del reinado Wari.


-¡Chayamunñan...! ¡Chayamunñan...! -, se oyeron voces, gritos, correría sangre en las apacibles llanuras de Wari.

Ya llegaban.

Y el cielo, mudo testigo del holocausto de los pueblos, se tiñó de gris, tormento de sus ejércitos.
-¡Es Wiraqocha Inka...! ¡Es Wiraqocha Inka...!-, se repetían aterrados los habitantes de Wari, mirándose los unos a los otros, sintiendo en sus gargantas el nudo indescriptible de la muerte. Decenas de hombres, con sus armas y a la carrera, se posesionaron sobre las pukaras; auscultaban el horizonte; agitado de sombras. Mientras tanto miles de guerreros del Inka, al mando del capitán general Apu Kunti Mayta, treparon la empinada quebrada esquivando los tunales que parecían altivos soldados, y se dirigieron presurosos hacia la ciudadela de Suntur Pampa. Iban provistos de champis decorados con plumas de colores, salpicados por la sangre de algún valiente, también de wachis y mudas hachas. Avanzaban cantando himnos; lo hacían protegiéndose como felinos detrás de los cactus, saltando murallas, derribando a cuanto pocra se les oponía. Venían a matar o a morir. Debían vencer para vengar la sangre de sus antepasados, los guerreros del Inka. ¿Qué es lo que hace a un hombre héroe? ¿Qué fuerza interior tan poderosa te impulsa, guerrero, a rendir la vida por un mañana que tus ojos ya no verán? Debían también demostrar una vez más su desprecio a la muerte, desapego por la vida, desdén al temor, y serena templanza para encarar el peligro.

Apu Kunti Mayta, rugiendo como puma, cortando cabezas, consiguió por fin entrar en los límites de la fortificada ciudad circular. Las tropas invasoras, maldiciendo, mataron sin piedad a decenas de vasallos de Atunsullo Urna, que vanamente se oponían al asalto de la meseta de Okros.

Poblaban aquel escabroso paraje cactéas ornadas de tunas coloradas, rojizas como la sangre derramada por el Dios Sol. ¿Se conmovería de los pocras, como lo hizo con los Wari runa cuando llegó la guerra? Así se creyó por muchos años, después del final que podía llegar en cualquier momento con una invasión, pero ahora ya nadie parece acordarse. Sólo penan.

Desde entonces permanecen hacinados miles de cadáveres, apilados, piedra sobre piedra, en cada rincón olvidado del reino de la muerte.

Aquel aciago día Atunsullo Urna, el anciano kuraka de Wari, no apareció, su esposa Sora y los más fieles consejeros deseando cumplir hasta el último sus órdenes, no lo volverían a ver. ¿Por cuanto tiempo? Indagarían, mandarían guerreros a buscarlo para no encontrarlo, y así, el desconcierto que produce el miedo y la derrota, se apoderaría de la conciencia de los pocras. "¿Dónde estabas Atunsullo Urna? Te buscaban desde que marchaste a Supay Wasi. Tu pueblo murió de a pocos, debías venir para compartir la muerte", reclaman ahora los muertos, y de cuando en cuando lo ven pasar como alma que se lleva el viento. Aunque jorobado, Atunsullo anda todavía ligero. Al escucharlos, les respondería que no estaban tan muertos: hablan, pocra. Los muertos reclaman paz desde antaño, desde cuando Wari sucumbió entre guerras intestinas, surgiendo sobre sus osamentas y despojos un estado regional, también guerrero y rebelde.

- ¡Es Wiraqocha Inka...!-, se oyeron las voces de los defensores.

Las mamakuna, llorosas, salieron de sus chozas, y huyeron de la sitiada ciudad, trepando con sus hijos a cuestas, a través de los cerros. Se lamentaban de la suerte que podían haber corrido sus esposos e hijos que habían marchado a defenderlas del seguro asalto a la gran ciudad. Tremenda congoja para una madre o una esposa, porque aquellos hombres que marcharon por última vez fueron lo que más querían, como la bendita tierra, como sus esperanzas y la vida misma.

Atunsullo Urna, quien orgullosamente se había hecho dar el nombre de Qhapac Inka por los pobladores de Wari, luego de haber organizado durante varios decenios su estado regional con pretensiones hegemónicas, no llegaría a tiempo para guiarles hasta su última morada, como ya los dioses agitarían la brisa andina, soplando desde los pajonales de Kinua, para comunicar que en verdad Atunsullo Urna estaba entre ellos, cerca, como un muerto más; aunque todavía se quejaba con achacosa voz por su hija Yuraj Shulla y por un miserable guerrero, cuyo nombre quisiera no recordar. "¿Dónde estabas tayta Atunsullo? ¿Por qué nos abandonaste?", reclamaron esas voces de ultratumba. El viejo kuraka no aparecía .en horas difíciles, como es cosa de muertos a estas horas estar penando, comunicándose recaditos y chismes de antaño, y el temido general Mayta debió seguir las malévolas instrucciones de Wiraqocha Inka, pues los mandaría matar a todos. ¡Insurrectos!...

(Fragmento)

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